Sunday, February 10, 2013

UN ANALISIS CIENTIFICO SOBRE LA TEORIA DE EL IMPERIALISMO DE LENIN


En muchas discusiones acerca de la relación entre los países capitalistas más poderosos y los países atrasados, subyace el tema del imperialismo. Buena parte de la izquierda radical continúa basando sus análisis en las tesis leninistas del imperialismo. Desde hace años sostengo que estas tesis no permiten entender el modo de producción capitalista de hoy, y que la perspectiva de El Capital (esto es, asentada en la teoría del valor trabajo y la plusvalía) permite una aproximación más justa. Tres cuestiones, por lo menos, me impulsaron a realizar esta revisión crítica. En primer lugar, el comprobar que la tesis del monopolio (los monopolios manejan más o menos a voluntad los precios) no tiene validez empírica en el capitalismo contemporáneo (lo cual implica que rige la ley del valor “a lo Marx”). En segundo término, comprobar que no se verificaba la tesis del estancamiento permanente del Tercer Mundo, una idea que dominaba en prácticamente todos los escritos sobre imperialismo y dependencia desde los años 50. En tercer término, el hecho de que desde hace más de siete décadas no han vuelto a producirse guerras interimperialistas. En este último respecto recuerdo que en una mesa redonda, convocada a raíz de la agresión a Irak (segunda invasión), uno de los panelistas, dirigente de un partido de izquierda, sostenía que la intervención era el primer paso de un conflicto armado a gran escala de EEUU y Gran Bretaña contra Alemania, Francia y Japón. Cuando le manifesté que no veía nada de eso en el horizonte, me respondió con el “está en la naturaleza del imperialismo, como Lenin dijo” y pronosticó la ruptura de la OTAN y la ONU. Algunos años antes, también en una mesa redonda, un militante de otro partido me acusó de “embellecer al capitalismo” porque se me ocurrió afirmar que no había en puertas una nueva guerra entre las potencias. Como siempre, el argumento principal de mi crítico era “Lenin dijo…”. En esta nota presento las dificultades que, a mi entender, encierran las tesis sobre el imperialismo. Para esto, reproduzco una parte del capítulo 1 de mi libro Monopolio, imperialismo e intercambio desigual (Madrid, Maia, 2009).
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“La cuestión del imperialismo continúa estando en el centro de los análisis de las fuerzas de la izquierda y nacionalistas radicalizadas de los países subdesarrollados. Para los marxistas la referencia obligada es el famoso folleto de Lenin, El imperialismo fase superior del imperialismo; complementado con Hilferding (1963), Hobson (1902) y Bujarin (1971). Si bien en los años que siguieron a la muerte de Lenin hubo muchos trabajos sobre el imperialismo, su idea de que el imperialismo se caracteriza por el predominio del monopolio y la explotación de las colonias, las semicolonias y los países dependientes por los países industrializados, pocas veces fue cuestionada en el marxismo. El objetivo de este capítulo es discutir los problemas que plantea esa visión tradicional”.
La visión clásica del imperialismo
La concepción de los marxistas de principios de siglo XX sobre el imperialismo gira en torno a algunas pocas ideas claves, y vinculadas. En primer lugar se identifica el imperialismo con una nueva etapa del capitalismo que habría surgido con la irrupción del monopolio, hacia fines del siglo XIX. Lenin plantea explícitamente que la principal característica del imperialismo es el monopolio, que consiste en “la dominación de las asociaciones monopolistas de grandes patronos” (Lenin, 1973, p. 451). Considera que el capitalismo monopolista ha reemplazado al capitalismo de la libre competencia. La competencia se ha transformado en monopolio, que es la base de la vida económica. Esto implica que prevalece la violencia en la manipulación de precios; la ley mercantil pierde relevancia, y las ganancias son más el producto de “maquinaciones financieras y estafas”, y del robo, que de la ley económica.
En segundo término la visión clásica del imperialismo sostiene que la monopolización opera en el plano nacional. Bujarin, en particular, destaca la “tendencia a la nacionalización de los intereses capitalistas (1971, p. 80) y “la cartelización nacional de la industria” (ibid., p. 80) en asociación con los Estados nacionales. La competencia se desplaza del mercado interno al mercado mundial, y se desarrolla a través de conflictos armados entre las potencias.
En tercer lugar prevalece la idea de que el capitalismo monopolista se caracteriza por el estancamiento de las fuerzas productivas. Por un lado porque la eliminación de la competencia hace desaparecer el impulso al cambio tecnológico por parte del capital. Por otra parte porque se piensa que el capitalismo llegó a un estadio en que la sobreproducción es estructural, debido a que las masas trabajadoras y campesinas están empobrecidas, y no tienen poder de consumo. Es la visión subconsumista de Hobson, aceptada por Lenin y otros marxistas de la época. De manera que los países adelantados ofrecen cada vez menos oportunidades de inversión. De ahí las repetidas referencias de Lenin a la “putrefacción” y “descomposición” del sistema capitalista. La tendencia al estancamiento en el centro explica a su vez la exportación de capitales hacia la periferia, que pasa a ser un fenómeno característico de la época. Las inversiones irán desde los países adelantados hacia las colonias y zonas de influencia; no se contempla que las inversiones entre países adelantados sean importantes, dada la falta de oportunidades rentables.
En cuarto lugar se sostiene que el desarrollo del capitalismo ha llevado a la fusión del capital bancario con el capital industrial, y al dominio del primero sobre el segundo. Se trata del capital financiero. El capital financiero es parasitario; el parasitismo del capital financiero es otro factor que explica el estancamiento del capitalismo maduro.
En quinto lugar, se piensa que frente al estancamiento la respuesta de los capitalismos adelantados es la conquista de la periferia y la empresa colonial. Ésta garantiza mercados, territorios para la exportación de capitales y fuentes de aprovisionamiento. El impulso al colonialismo es inevitable y crecientelos grandes países industriales explotan a las regiones atrasadas. Se prevé que la entrada del capital extranjero en la periferia desarrollará el capitalismo, pero al mismo tiempo los países dominados estarán sometidos al saqueo, el pillaje y la devastación.
Por último, se plantea que las guerras entre las potencias son inherentes al capitalismo monopolista. El razonamiento que lleva a esta afirmación es que el mundo ya está repartido entre las potencias y sus monopolios. A su vez, los Estados se identifican con sus monopolios, y la empresa colonial es decisiva para la supervivencia del capitalismo en el centro. Por lo tanto, los países desarrollados que tengan menos posesiones coloniales (o con menos riquezas) estarán obligados a luchar por nuevos repartos del mundo. Así las guerras ínter-imperialistas son inevitables, y características de la nueva era del capitalismo.
En conclusión, el marxismo de principios de siglo XX –por lo menos el que estuvo bajo influencia de Lenin– pensó que el sistema capitalista había entrado en una nueva era en la que habría una combinación de guerras: guerras mundiales entre las potencias; guerras de los pueblos oprimidos contra el imperialismo y por su liberación nacional; y guerras civiles de los trabajadores contra el capital en los países industriales avanzados. Era la época de “la agonía del capitalismo”. Obsérvese que en esta visión el espacio económico mundial se construye desde la competencia de los Estados-nación, unidos a los monopolios nacionales. Ese espacio se articula a partir del dominio político y militar de los países adelantados sobre los atra­sados (colonias, semicolonias y zonas de influencia).
Dicotomía teórica
La teoría leninista del imperialismo, que hemos descrito en sus grandes rasgos, tuvo el mérito de dar cuenta de la expansión colonialista del capitalismo de fines de siglo XIX; de la intensificación de la centralización del capital y la exportación de capitales a las periferias; y del aumento de las tensiones entre las potencias, que terminarían en las dos grandes guerras. Desde este punto de vista se compara muy ventajosamente con cualquier producción del pensamiento burgués de su época. Sin embargo, y a pesar de la variedad y riqueza de los fenómenos contemplados, nunca quedaron debidamente precisados el contenido y los límites del concepto del imperialismo. En particular, y como lo explicaron Sutcliffe y Owen, porque el término “imperialismo” parece aludir por una parte a todo el sistema –con un funcionamiento económico distinto al del capitalismo de libre competencia–, pero por otro lado se refiere a una “superestructura” conformada por las relaciones entre los países opresores y oprimidos, caracterizada por la tendencia a la guerra y el aparato político militar implicado. En otras palabras, la categoría admite más de una lectura, ya que se puede interpretar como designando al sistema capitalista o como refiriéndose a las relaciones entre los Estados. Sutcliffe y Owen, como también Arrighi, se refirieron por eso a la “ambigüedad” de la noción de imperialismo.Surcliffe planteaba que
“A partir de Lenin los marxistas han fluctuado, de hecho, en su empleo del término imperialismo. Muy frecuentemente se usa para describir todo el sistema capitalista; con igual frecuencia se refiere a las relaciones entre países avanzados y atrasados dentro del sistema. A veces se usa en ambos sentidos simultáneamente, bien sea con, o más a menudo, sin tener conciencia de la ambigüedad implicada” (citado por Arrighi, 1978, p. 10).
Pero cuando hablamos de “ambigüedad” estamos aludiendo a una situación equívoca, esto es, a aquello que admite más de una interpretación y carece de precisión. Sin embargo, pensamos que en la base del problema existe otra cuestión, que es de dualidad teórica, y se vincula al hecho de que el enfoque del imperialismo introduce una matriz de pensamiento cualitativamente distinta a la desarrollada por Marx, que se basa en la teoría del valor trabajo. En otras palabras, existen en el fondo dos teorías. Una, de Hilferding y Lenin, que dice que los precios se establecen por el poder de mercado de las corporaciones. La otra, de Marx, sostiene que los precios se determinan de manera objetiva en los mercados, a través de la competencia. Y si bien cada una de estas tesis da lugar a desarrollos y perspectivas globales distintas, en las tesis clásicas del imperialismoambas coexisten, sin hacerse nunca explícito que había un problema que podríamos llamar “de unificación teórica”.
Apuntemos que fue Lenin quien parece haber tenido más conciencia de esta cuestión entre los teóricos sobre el imperialismo. En 1919, cuando se discutió el cambio del programa en el partido Comunista ruso, Bujarin planteó que si el imperialismo era el capitalismo monopolista –esto es, si existía una relación de identidad– había que volver a escribir la parte del viejo programa que hablaba de la producción mercantil, la ley del valor y la dinámica del capitalismo. En última instancia se debía unificar la explicación a partir de reconocer que el monopolio dominaba las leyes del desarrollo capitalista. Pero significativamente Lenin se opuso a la propuesta de Bujarin, argumentando que el capitalismo monopolista coexistía con la libre competencia, y por lo tanto el imperialismo no había reemplazado completamente a la vieja estructura. El imperialismo, precisó, es una “superestructura” del capitalismo, en el sentido que en una serie de ramas “el antiguo capitalismo… ha crecido hasta imperialismo”, pero por debajo de esta superestructura sigue existiendo “el enorme subsuelo del antiguo capitalismo” (Lenin, 1973a, p. 408).
La discusión tenía consecuencias para la política soviética, ya que la experiencia de los primeros años de la revolución demostraba que no bastaba con tomar las “palancas fundamentales”, y expropiar a los grandes bancos y grupos monopolistas para avanzar en la construcción de una economía socialista. Pero además tenía implicancias para el análisis de los países dominados. Es que por un lado la tesis sobre el imperialismo sostenía que los países atrasados se convertían en objeto de saqueo y pillaje, lo que implicaba la imposibilidad de desarrollo capitalista y de reformas democrático burguesas. Sin embargo, y por otro lado, los marxistas seguían pensando que el capitalismo “de libre competencia” se desarrollaba en los países atrasados, dando lugar a regímenes democrático burgueses. Así, en la discusión del octavo Congreso del PC Lenin se inclina por este segundo escenario:
“… lo característico de todos los países es que el capitalismo sigue todavía desarrollándose en muchos lugares. Esto es así para toda Asia, para todos los países que marchan hacia la democracia burguesa, como lo es para toda una serie de regiones de Rusia” (Lenin, 1973a, p. 429).
Lo que equivalía a afirmar que el fenómeno imperialista no afectaba las leyes de la acumulación en los países atrasados. Sin embargo, si prevalecían el pillaje y el robo colonial como método de extracción del excedente, el desarrollo capitalista estaría bloqueado y no habría posibilidad de evolución hacia la democracia burguesa. En el plano nacional, en los países atrasados, parecía predominar, a pesar de la influencia creciente del monopolio, la ley del valor y de la acumulación en un sentido “marxiano”. Pero en el terreno internacional se daba peso a las relaciones de fuerza y a la extracción del excedente por medios no económicos, lo que afectaría también las economías internas. Esta cuestión va a estar en el centro de los problemas de las teorías sobre la dependencia y el imperialismo a lo largo del siglo XX.
La dicotomía teórica se expresa también en el sentido que Lenin da a la palabra “superestructura” cuando se refiere al imperialismo. Lenin explica que utiliza el término de la misma manera que Marx lo había empleado para describir la relación entre la manufactura y la producción doméstica rural o artesanal. Según Marx, la manufactura no había podido apoderarse ni revolucionar en profundidad la producción social, debido a su estrecha base técnica; la pequeña producción había continuado más o menos inalterada, en tanto la manufactura coronaba esa base a la manera de una “obra económica de artificio”. (Marx, 1999, t. 1, p. 448). De esta manera Marx hace referencia a leyes cualitativamente distintas, las que rigen la pequeña producción artesanal y doméstica, por un lado; y las que gobiernan la producción capitalista desarrollada. Parece justificado entonces concluir que el significado que da Lenin a la noción de imperialismo es el de una forma económica distinta –por lo menos en aspectos esenciales– a la del capitalismo. Esto explicaría también que hable de “la transformación del capitalismo en imperialismo” (Lenin, 1973b, p. 100, énfasis nuestro) y que considere que esta forma económica afectaba “sólo” algunas ramas o aspectos del sistema. En síntesis, según Lenin coexistían dos dinámicas, dando lugar a una formación económico-social heterogénea: en la “base”, la producción capitalista, determinada por la ley del valor, que seguía operando en el plano nacional. En la “superestructura”, el monopolio, con el pillaje, la manipulación de precios y la disminución en importancia de la ley del valor y de la plusvalía. Esta superestructura económica a su vez determinaría otra “superestructura”, conformada por la política colonial y anexionista, el armamentismo, la diplomacia de la fuerza y la guerra, dando forma al espacio del mercado mundial y las relaciones entre los países.
Dualidad en las contradicciones fundamentales
La problemática anterior se puede plantear también desde el punto de vista de las contradicciones fundamentales del sistema que analizaron Marx, y los marxistas. Es que en la visión de El Capital las crisis son el resultado del desarrollo contradictorio de las fuerzas productivas; los capitales invierten azuzados por la guerra competitiva, lo cual debilita tendencialmente la tasa de ganancia, y esto está en el origen de las crisis. Las crisis son de sobreacumulación de capital. Sin embargo la idea de que el capitalismo había llegado a un punto en que el monopolio dominaba sobre la competencia planteaba una dinámica muy distinta, marcada por el estancamiento. Por eso no es de extrañar que en ese clima teórico de primacía del monopolio y de las formas no económicas de extracción del excedente, la ley (de Marx) de la caída tendencial de la tasa de ganancia apenas se discutiera entre los marxistas de principios de siglo XX. Tampoco debería asombrar que Lenin apelara a teorías subconsumistas para explicar la crisis. Estos sesgos son reveladores de que la tesis del monopolio afectaba la idea de un desarrollo capitalista según lo planteado en El Capital. Esto explica también por qué los marxistas pensaban que los antagonismos centrales –con una importancia por lo menos igual al antagonismo entre el capital y el trabajo– se ubicaban a nivel de los Estados. La idea de “el eslabón más débil de la cadena imperialista” (Lenin) y la situación revolucionaria que derivaba de ello, se inscribe en esta lógica. La contradicción fundamental se daba entre “el crecimiento de las fuerzas productivas de producción de la economía mundial y las fronteras que separan naciones y Estados” (citado por Trotski, 1974, p. 124). Esta formulación, que pertenece ya a la Tercera Internacional en época de Stalin –Programa para el Sexto Congreso–, era ampliamente compartida por la izquierda. Es sintomático que Trotski, crítico de las tesis del Sexto Congreso, cite el anterior pasaje afirmando que “debería ser la piedra angular de un programa internacional” (1974, p. 124). La suma de contradicciones haría imposible un desarrollo medianamente “normal” del sistema imperialista-mo­no­po­lis­ta, y su derrumbe tendría como base la contradicción entre los Estados-nación y las fuerzas productivas internacionalizadas. La dicotomía teórica que hemos apuntado de hecho se reabsorbía en una visión monista de la tendencia a la catástrofe del sistema, a partir del peso que adquirían los antagonismos entre los Estados.
Ley del valor y tesis del capital monopolista-imperialista
Lo anterior explica un hecho que planteó hace unos años David Harvey con agudeza: la dificultad de poner los estudios sobre el imperialismo en consonancia con la teoría del valor y del capital de Marx. Harvey planteaba que los estudios sobre el imperialismo se ven en apuros para basar sus descubrimientos en la propia estructura teórica de Marx” (1999, p. 441). Para que la cuestión se vea con mayor claridad, podemos sintetizar los rasgos principales que se desprenden de la ley del valor y la plusvalía (LVP), por un lado, y de la tesis del capital monopolista-imperialista (TCMI) por el otro, de la siguiente manera:
La LVP plantea que el capital domina los precios; éstos constituyen un fenómeno objetivo, son las formas fetichizadas en las que se expresan los tiempos de trabajo socialmente necesarios y como tales no pueden ser controladas conscientemente. La TCMI plantea que los monopolios dominan los precios; que la economía hasta cierto punto está controlada conscientemente por estos monopolios.
La LVP plantea que los mecanismos de extracción del excedente son económicos; el trabajador, no propietario de los medios de producción, está obligado a vender su fuerza de trabajo al capitalista; la coerción político-militar actúa como garante o “marco” de la explotación. La TCMI plantea como central la coerción extraeconómica para la extracción del excedente; la subordinación política y militar (régimen colonial o semicolonial) es esencial; por eso habla de robo o pillaje.
La LVP plantea que la explotación se da principalmente entre clases sociales. La explotación de clases adquiere cada vez mayor centralidad y la polarización social se acen­túa en el interior de la formación capitalista. La TCMI pone la explotación de poblaciones y países por otras poblaciones y países en un plano de importancia por lo menos similar a la explotación de clases. La primera crece en importancia en la medida en que las fuerzas productivas se estancan en los países maduros y capas de la clase obrera de estos países son sobornadas con los frutos de la explotación de los países más débiles.
La LVP plantea que el colonialismo se asocia al capitalismo temprano, pero luego da lugar al desarrollo del mercado mundial capitalista; en las periferias se desarrollan modos de producción capitalistas y clases capitalistas autóctonas, dependientes del mercado mundial. La TCMI plantea que existe un impulso al bloqueo del desarrollo capitalista en la periferia –debido la extracción del excedente por medio del colonialismo, pillaje, robo– y en consecuencia considera imposible (o por lo menos muy improbable) que surja una clase burguesa con raíces propias en esos países.
La LVP plantea que la expansión mundial del capital está fundada en la dinámica de la acumulación; los esquemas de reproducción ampliada (de Marx) demuestran que la barrera al desarrollo de las fuerzas productivas no es la falta de consumo de las masas trabajadoras; las crisis son periódicas, pero nada demuestra que se haya llegado a un estadio último a partir del cual sea imposible, en términos económicos, un desarrollo ulterior de las fuerzas productivas; lo cual plantea la necesidad de la acción revolucionaria de la clase obrera para acabar con el capitalismo. La TCMI plantea que la exportación de capitales y el impulso al colonialismo y la anexión derivan de la imposibilidad de realización de los productos en las metrópolis, o de inversiones rentables. Esto es, del agotamiento tendencial del sistema.
La LVP plantea que el capital financiero –al que identifica con el capital dinerario– participa de la plusvalía, en cuanto encarna la propiedad privada de los medios de producción y es una forma de existencia del capital; el capital bancario entra en la igualación de la tasa de ganancia como otra fracción del capital; el capital dinerario cumple una función imprescindible para el ciclo del capital, ya que no existe capitalismo sin crédito. La TCMI plantea que el capital financiero cumple el rol de parásito, y ha pasado a dominar definitivamente al capital productivo. La idea de “parásito” alude a un organismo que vive a costa de otro –el capital productivo– y no cumple función alguna en la sociedad.
La LVP plantea que la contradicción fundamental se ubica al nivel de las fuerzas productivas y de las relaciones de producción, y se manifiesta en la guerra de clases entre el capital y el trabajo. La TCMI señala como contradicción esencial, y que llevaría a la destrucción del sistema, la que existe entre las fronteras nacionales y las fuerzas productivas internacionalizadas. Esta contradicción estalla en las guerras mundiales y se articula, por lo menos en un mismo nivel de importancia, con la contradicción fuerzas productivas-relaciones de producción, y los antagonismos de clase correspondientes”.
La idea que estoy planteando, a partir de estas cuestiones, es que en el capitalismo mundializado de hoy la ley del valor trabajo opera a todos los niveles -en el plano del mercado mundial y las grandes corporaciones transnacionales, y también al interior de los países- y por lo tanto no existen dos estructuras, con leyes distintas, sino una, la del modo de producción capitalista. En particular, sostengo que el capital en la periferia se reproduce según la lógica de la acumulación estudiada por Marx, y al hacerlo, reproduce en escala ampliada la relación de explotación, tal como sucede, en sus líneas esenciales, en los países del centro. Lo cual implica que la contradicción entre el capital y el trabajo pasó a ser dominante también en el tercer mundo, en la misma medida en que las formas de coerción extraeconómica (colonialismo en particular) para la extracción del excedente perdieron relevancia.
Bibliografía:
Arrighi, G. (1978): La geometría del imperialismo, México, Siglo XXI.
Bujarin, N. (1971): El imperialismo y la economía mundial, Córdoba, Pasado y Presente.
Harvey, D. (1990): Los límites del capitalismo y la teoría marxista, México, FCE.
Hilferding, R. (1963): El capital financiero, Madrid, Tecnos.
Hobson, J. A. (1902): Imperialism, A Study, Londres, Allen and Unwin.
Lenin, N. (1973): El imperialismo fase superior del capitalismo, Buenos Aires, Cartago, Obras Escogidas, t. 3.
Lenin, N. (1973a): “Octavo Congreso del PC(b) R”, ídem, t. 5.
Lenin, N. (1973b): “Séptimo Congreso extraordinario del PC(b) R”, ídem, t. 5.
Marx, K. (1999): El Capital, Madrid, Siglo XXI.
Trotsky, L. (1974): Stalin, el gran organizador de derrotas, Buenos Aires, Yunque.

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