Cabe destacar aquí la ausencia de un periodismo crítico y alternativo de peso, a favor de los pobres. No tenemos una revista de investigación periodística analítica e independiente. Hoy ya no encontramos estudios como los de hace años hablando de la estructura de poder de los medios de comunicación del país, pues los periodistas con mayor formación sociológica no pueden morder la mano que les da de comer.
Reconozco que el tema que abordo no es el más grave de los que tenemos en República Dominicana. Pero tiene que ver con algo que me toca muy de cerca y me entristece, porque me siento llamado a reflexionar acerca de muchas personas que quiero o estimo y que se dedican a lo mismo que yo me dedico como actividad principal. Me refiero a las y los intelectuales dominicanos, especialmente a quienes han estudiado filosofía social o ciencias sociales, o para ser más específico, a quienes han estudiado economía. Es notorio que en los últimos meses hayamos tenido tantos temas delicados, como planes nacionales de desarrollo, presupuesto nacional, transformaciones constitucionales, juicios con procedimientos dudosos, nombramientos lamentables en la Junta Central Electoral, etc… y no haya habido ninguna declaración iluminadora que defienda los intereses de la mayoría de la población, que es la más pobre del país.
Quiero entonar una lamentación por nuestros intelectuales orgánicos. No me interesa probar si los hubo alguna vez en la historia; mis reflexiones son actuales. Para ver por qué me lamento, voy a recordar los orígenes de este concepto acuñado por el pensador neomarxista italiano Antonio Gramsci y cómo este no se separa del mismo origen del sustantivo “intelectual”, aparecido en lengua francesa a fines del siglo XIX en el caso Dreyfus, cuando reconocidos literatos y científicos sociales defendieron públicamente a ese militar de origen judío que formaba parte del ejército francés por atentar contra los valores democráticos de trato igualitario.
Gramsci rompió con la tradición idealista e individualista acerca de la persona estudiosa o de letras. Al preguntarse críticamente “¿qué es un intelectual?” desacralizó a este segmento de la población, y lo puso delante de su compromiso histórico por una sociedad más justa, invitándolo a formar parte del cambio revolucionario. Para poder cumplir con esta tarea ética, Gramsci consideraba que la persona intelectual debía establecer un “vínculo orgánico” con el proletariado, es decir, acercarse, convivir codo a codo con lo que el marxismo entendía que era la clase llamada a construir una sociedad igualitaria, sin opresiones ni exclusiones. De ahí el nombre “intelectual orgánico”.
Gramsci criticó la idea de la “autonomía” de los intelectuales. En realidad, los intelectuales aparecen ligados históricamente a los distintos grupos sociales; pero de acuerdo a la misma evidencia histórica, los intelectuales de las clases dominantes o más dinámicas acaban “contagiando” a los intelectuales de los otros grupos sociales, creando vínculos psicológicos entre sí, como la vanidad, o vínculos de casta (privilegios económicos, corporativos, técnico-jurídicos). Esta deriva histórica se agrava cuando los grupos que aspiran o tienen el poder político necesitan de personas competentes para ejercer su dominación. En palabras del mismo Gramsci: “Una de las características más relevantes de cada grupo que se desarrolla en dirección al dominio, es su lucha por la asimilación y la conquista ‘ideológica’ de los intelectuales tradicionales”.
Muchas cosas han cambiado en el discurso social y la comprensión del compromiso desde los tiempos en que escribió Gramsci. Ciertamente, no es tan evidente en nuestros días identificar una clase social como la vanguardia de la revolución con la cual el intelectual estaría llamado a articularse orgánicamente. Sin embargo, la problemática señalada por Gramsci tiene vigencia y es urgente enfrentarla: el intelectual comprometido debe “desclasarse”. Resulta cada vez más difícil encontrar intelectuales que acompañen codo a codo las luchas populares y los intereses de los pobres en República Dominicana, no las limosnas de planes asistenciales públicos o privados. Encuentro una razón fundamental para todo esto inspirado en Gramsci: los intelectuales de las ciencias sociales aspiran a un nivel de vida similar al de las clases medias altas dominicanas, aunque se enfrentan, como el resto de la población más pobre, a la precaria situación que crea la falta de políticas sociales universales de calidad; pensemos, p. ej., en lo caro que resulta pagar un colegio privado dominicano, o comprar las medicinas para un pariente enfermo.
Pasemos a hacer un inventario de dónde se encuentran estos intelectuales y a señalar aspectos asociados a su posición social. Para poder vivir como miembro de la clase media alta y sentirse reconocido por sus niveles de consumo, la intelectualidad social dominicana sólo encuentra ofertas adecuadas en determinadas instancias que exigen determinadas tareas y un modo de ejercer la criticidad que no toque abiertamente los intereses o las ideas de los directivos de esas obras. En primer lugar, aparece el Estado dominicano o las instancias académicas que se pueden beneficiar ampliamente de los recursos o contactos del Estado. No es extraño que los intelectuales tengan dos trabajos en estos ámbitos y no vean conflicto en ello, tendiendo a justificar las pésimas políticas públicas dominicanas con excusas del estilo “se hace lo que se puede”. En segundo lugar, están los grandes organismos internacionales y las instituciones financieras multilaterales. Ambos tienen capacidad para recuperar los discursos progresistas con resultados políticos neutralizadores. En tercer lugar, están las grandes universidades privadas, que contratan expertos para investigaciones o centros de estudios, con el objetivo de producir un saber que fortalezca su posicionamiento social. En cuarto lugar, están los grandes grupos económicos, que han comprado los servicios de destacados intelectuales para sus planes sociales o para sus medios de prensa, y que crean opinión pública para hacer aparecer a estos grupos como defensores de la dominicanidad. Cabe destacar aquí la ausencia de un periodismo crítico y alternativo de peso, a favor de los pobres. No tenemos una revista de investigación periodística analítica e independiente. Hoy ya no encontramos estudios como los de hace años hablando de la estructura de poder de los medios de comunicación del país, pues los periodistas con mayor formación sociológica no pueden morder la mano que les da de comer. Refugiados en lenguajes exquisitos y bien educados, con frecuencia no denuncian lo que tienen que denunciar de la actual estructura de poder dominicana. En quinto lugar, están los partidos políticos de oposición; desde allí se hace crítica, pero para el propio plan de poder, no para reforzar una ciudadanía libre y activa. Por último, aparece el intelectual “consultor”, que hace trabajos más libres aparentemente, pero como normalmente es contratado por alguna de las instancias anteriores, sus comentarios no revierten en un empoderamiento del movimiento popular.
Hace falta reforzar espacios donde las personas intelectuales dominicanas puedan ejercer su crítica social en busca de una sociedad más justa y solidaria reforzando la participación ciudadana de los sectores excluidos. Debemos pensar también en intelectuales que se encuentran fuera del país. Han existido y existen espacios donde, aunque sea de modo parcial, algunas personas de la intelectualidad dominicana colaboran para cuestionar el modo en que se estructuran las instituciones sociales que no respetan los derechos de las mayorías. Tenemos que cuidarlas; pero también alimentarlas. Pero también podemos hacer una campaña cultural por un estilo de vida menos consumista y más cercano a la vida de las mayorías.
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