Thursday, February 28, 2013

IMPERIALISMO COLECTIVO 2.0 PUBLICADO EN EL BLOG CANCER CAPITALISTA


publicado en el blog Cáncer Capitalista



Grover Norquist (1992): “No quiero abolir el Gobierno, me conformo con reducirlo hasta un tamaño que nos permita ahogarlo en la bañera”

Imperialismo 1.0.

Eric Hobsawm: "La existencia de una "aristocracia obrera" se explica por los super-beneficios monopolistas, que permiten a los capitalistas dedicar una parte a sobornar a sus propios obreros, creándose una especie de alianza entre trabajadores de una determinada nación y sus capitalistas contra otros países".

En la fase monopolista 1.0 los monopolios utilizaban la fuerza de sus estados matrices para expandir y controlar sus mercados y asegurarse suministros de materias primas. Este fenómeno, conocido como imperialismo, fue a menudo considerado como la última fase del capitalismo (Lenin).

El reforzamiento del Estado incluía que parte de los beneficios de las grandes corporaciones monopolistas repercutieran en los contribuyentes. Sindicatos y partidos de izquierdas (aristocracia del trabajo) apoyaron repetidamente las aventuras coloniales de sus respectivos imperialismos. Cecil Rhodes reconocía que para frenar la conflictividad social en su territorio los británicos tenían que ser imperialistas.

Muchos de los conflictos armados, incluidas las dos últimas guerras mundiales, obedecían a este patrón. A los monopolios les interesaba reforzar el nacionalismo y las estructuras públicas y militares de sus estados base para utilizarlas contra otros estados imperialistas. La ideología preponderante no tenía nada que ver con el neoliberalismo actual. Nacionalismo económico, industrialización, proteccionismo, planificación económica, zonas de influencia, colonias, mercados cautivos, … .



El desastre y la destrucción de la 2GM hicieron patente la peligrosidad e inviabilidad de las rivalidades inter-imperialistas. Las antiguas potencias colonialistas vieron rápidamente reducidos sus antiguos imperios y muy pronto el adjetivo “imperialista” quedó reservado para EEUU, la potencia dominante. Los monopolios, incluidos los de origen norteamericano, cambiaron de estrategia. El neoliberalismo, aunque peligroso para los monopolios menos dinámicos, ofrecía oportunidades inauditas para las firmas más agresivas que una tras otra empezaron a convertirse en multinacionales. El poderoso imperialismo norteamericano, aunque tendía a favorecer a los monopolios USA, se convirtió de facto en el gendarme global de los monopolios.

Imperialismo 2.0.

William I. Robinson: "Una vez que han sido capturados por grupos transnacionales, los estados nacionales internalizan las estructuras del capitalismo global. La globalización se encarna en las estructuras y procesos locales. El poder disciplinario del capitalismo global desplaza el poder político de los estados nacionales al bloque capitalista global, representado por grupos locales ligados a la globalización."

Pero una nueva forma de imperialismo se estaba rediseñando según las coordenadas anticipadas por Karl Kautsky cuando predijo la llegada del "imperialismo colectivo" - imperialismos actuando en bloque en relación a las colonias-. En el "imperialismo colectivo" de Kautsky, el "colectivo" se refería al colectivo de estados nacionales con respecto a sus colonias y tenía razón Lenin planteando que tal cooperación no resistiría la competencia inter-imperialista (1ªGM). En el imperialismo 2.0 actual, el "colectivo" ya no son los estados "imperialistas" sino los grandes grupos monopolistas internacionales.

Con la recapitalización de la URSS y China, lo que quedaba de imperialismo a la vieja usanza dejó de ser funcional. A medida que se iban internacionalizando, los “eficientes” monopolios estaban cada vez menos interesados en sostener unas bases estatales social y ecológicamente demasiado exigentes y demasiado caras, a cambio de unos servicios que podían obtener directamente o en otros lugares, en mejores condiciones y casi sin contrapartidas (sobornos directos, mercenarios y sicarios internacionales, finanzas internacionales, paraísos fiscales, …).

Es cierto que las instituciones internacionales (ONU, BM, FMI, OMC, UE, OCDE, G7, … ) fueron en su día controladas y manipuladas a favor de los intereses particulares de las potencias dominantes (Consenso de Washington), pero en la actualidad todas estas instituciones trabajan para el conjunto del gremio multinacional, y se han convertido en organismos al servicio de "los mercados" que no dudan en desestabilizar y arruinar a las mismas potencias nacionales que en su día dirigían tales organismos.

Las grandes corporaciones monopolistas, no solamente han tomado el control de las instituciones internacionales, suplantando a los estados, sino que las reorganizan y manipulan para que operen mejor en favor de sus intereses y en perjuicio de sus teóricos estados miembros. Las últimas reformas, tratados y "constituciones" de la Unión Europea la han convertido en una agencia corporativa al servicio de los monopolios privados que está actuando abierta e impunemente contra sus mismos socios, imponiendo drásticas medidas de austeridad para debilitarlos, obligarlos a privatizar sus servicios y bienes públicos y reducir a sus ciudadanos a las condiciones de flexi-explotación óptimas para engrosar sus beneficios.

Esta forma de operar al margen de los ciudadanos y sus instituciones democráticas queda de manifiesto en la negociación secreta del Tratado de “Libre” Comercio Trans-pacífico (TPP: Trans-Pacific Partnership).

El TPP va mucho más allá del ámbito de la reducción de aranceles y la promoción del comercio, otorgando un poder sin precedentes a los grandes monopolios. De los 26 capítulos de negociación (según documentación filtrada), sólo unos pocos tienen que ver directamente con el comercio. Los otros capítulos consagran nuevos derechos y privilegios para las grandes empresas, en detrimento del poder de los estados nacionales para oponerse a ello.

En teoría los participantes en la negociación secreta son los representantes no elegidos de los siguientes países: Brunei, Chile Nueva Zelanda, Singapur, EEUU, Australia, Perú, Vietnam, Malaysia, México y Canadá. En la práctica se trata de negociaciones dirigidas por los representantes de los grandes grupos multinacionales (participan 600 lobbystas). No participan los representantes de los afectados (consumidores, usuarios de bibliotecas, estudiantes, grupos de pacientes, internautas,... u otros "usuarios" de propiedad intelectual).

LA DEMOCRACIA ES UN ROBO LEGALIZADO, ES UN ROBO EN EL QUE UN GRUPITO SE ROBA TODA LA RIQUEZA DE LOS POBRES DE ACUERDO CON JOSE SARAMAGO. UNA TIRANIA POPULISTA ES MUCHO MEJOR QUE UNA DEMOCRACIA


texto de José Saramago

Publicado en Le Monde Diplomatique en agosto de 2004

tomado del blog Biblioteca virtual Spartakku en febrero de 2013

En su libro Política, Aristóteles nos dice en primer lugar esto: "En democracia, los pobres son reyes porque son mayoría, y porque la voluntad de la mayoría tiene fuerza de ley"[1]. En un segundo pasaje, parece restringir primero el alcance de esta frase, luego la amplía, la completa y acaba por establecer un axioma: "La equidad en el seno del Estado exige que los pobres no posean de ningún modo más poder que los ricos, que no sean los únicos soberanos, sino que todos los ciudadanos lo sean en proporción a su número. Éstas son las condiciones indispensables para que el Estado garantice eficazmente la igualdad y la libertad".

Aristóteles nos dice que aunque participen con total legitimidad democrática en el gobierno de la polis, los ciudadanos ricos serán siempre una minoría en razón de una incontestable proporcionalidad. Sobre un punto, tenía razón: por más lejos que nos remontemos en el tiempo, nunca los ricos fueron más numerosos que los pobres. Pese a esto, los ricos siempre gobernaron el mundo o sostuvieron los hilos de los que gobernaban. Constatación más actual que nunca. Señalemos de paso que, para Aristóteles, el Estado representa una forma superior de moralidad…

Todo manual de derecho constitucional nos enseña que la democracia es "una organización interna del Estado por la cual el origen y el ejercicio del poder político incumbe al pueblo, organización que permite al pueblo gobernado gobernar a su vez por medio de sus representantes electos". Aceptar definiciones como ésta, de una pertinencia tal que roza las ciencias exactas, correspondería, traspuestas a nuestra vida, a no tener en cuenta la gradación infinita de estados patológicos a los que nuestro cuerpo puede verse confrontado en todo momento.

En otros términos: el hecho de que la democracia pueda definirse con mucha precisión no significa que funcione realmente. Una breve incursión en la historia de las ideas políticas conduce a dos observaciones a menudo descartadas so pretexto de que el mundo cambia. La primera, recuerda que la democracia apareció en Atenas, hacia el siglo V antes de Cristo; que suponía la participación de todos los hombres libres en el gobierno de la ciudad; estaba fundada en la forma directa, siendo los cargos efectivos o atribuidos según un sistema mixto de sorteo y elección; y los ciudadanos tenían derecho al voto y a presentar propuestas en las asambleas populares.

Sin embargo —ésta es la segunda observación—, en Roma, continuadora de los griegos, el sistema democrático no consiguió imponerse. El obstáculo procedió del poder económico desmedido de una aristocracia latifundista que veía en la democracia un enemigo directo. Pese al riesgo de toda extrapolación, ¿podemos evitar preguntarnos si los imperios económicos contemporáneos no son, también, adversarios radicales de la democracia, aunque se mantengan por el momento las apariencias?

El lugar del poder 

Las instancias del poder político intentan desviar nuestra atención de una evidencia: dentro mismo del mecanismo electoral se encuentran en conflicto una opción política representada por el voto y una abdicación cívica. ¿Acaso no es cierto que, en el preciso momento en que la boleta es introducida en la urna, el elector transfiere a otras manos, sin más contrapartida que algunas promesas escuchadas durante la campaña electoral, la parcela de poder político que poseía hasta ese momento en tanto miembro de la comunidad de ciudadanos?

Este papel de abogado del diablo que asumo puede parecer imprudente. Razón de más para que examinemos qué es nuestra democracia y cuál es su utilidad, antes de pretender —obsesión de nuestra época— hacerla obligatoria y universal. Esta caricatura de democracia que, como misioneros de una nueva religión, procuramos imponer al resto de mundo no es la democracia de los griegos, sino un sistema que los mismos romanos no habrían vacilado en imponer a sus territorios. Este tipo de democracia, rebajada por mil parámetros económicos y financieros, habría logrado sin duda hacer cambiar de idea a los latifundistas del Lacio, transformados entonces en los más fervientes demócratas…

Puede emerger en la mente de ciertos lectores una enojosa sospecha sobre mis convicciones democráticas, dadas mis muy conocidas inclinaciones ideológicas[2]…

Defiendo la idea de un mundo verdaderamente democrático que finalmente se haga realidad, dos mil quinientos años después de Sócrates, Platón y Aristóteles. Esa quimera griega de una sociedad armoniosa, sin distinciones entre amos y esclavos, como la conciben las almas cándidas que siguen creyendo en la perfección.

Algunos me dirán: pero las democracias occidentales no son censatarias ni racistas, y el voto del ciudadano rico o de piel blanca cuenta tanto en las urnas como el del ciudadano pobre o de piel oscura. Si nos fiamos de semejantes apariencias, habríamos alcanzado el summum de la democracia.

A riesgo de aplacar esos ardores, diré que las realidades terribles del mundo en que vivimos hacen irrisorio ese cuadro idílico y que, de un modo u otro, acabaremos dando con un cuerpo autoritario disimulado bajo los más bellos atavíos de la democracia.

Así, el derecho de voto, expresión de una voluntad política, es al mismo tiempo un acto de renuncia a esa misma voluntad, puesto que el elector la delega a un candidato. Al menos para una parte de la población, el acto de votar es una forma de renuncia temporaria a una acción política personal, puesta en sordina hasta las siguientes elecciones, momento en que los mecanismos de delegación volverán al punto de partida para empezar otra vez de la misma manera.

Para la minoría elegida, esta renuncia puede constituir el primer paso de un mecanismo que autoriza muchas veces, a pesar de las vanas esperanzas de los electores, a perseguir objetivos que no tienen nada de democráticos y pueden ser verdaderas ofensas a la ley. En principio, a nadie se le ocurriría elegir como representantes al Parlamento a individuos corruptos, incluso si la triste experiencia nos enseña que las altas esferas del poder, en el plano nacional e internacional, están ocupadas por ese tipo de criminales o sus mandatarios. Ninguna observación microscópica de los votos depositados en las urnas tendría el poder de hacer visibles los signos delatores de las relaciones entre los Estados y los grupos económicos cuyos actos delictivos, e incluso bélicos, llevan a nuestro planeta derecho a la catástrofe.

La experiencia confirma que una democracia política que no descansa sobre una democracia económica y cultural no sirve de mucho. Despreciada y relegada al depósito de las fórmulas envejecidas, la idea de una democracia económica ha dejado lugar a un mercado triunfante hasta la obscenidad. Y la idea de una democracia cultural fue reemplazada por la no menos obscena de una masificación industrial de las culturas, pseudo melting-pot que se utiliza para enmascarar la predominancia de una de ellas.

Creemos haber avanzado, pero en realidad retrocedemos. Hablar de democracia se volverá cada vez más absurdo si nos obstinamos en identificarla con instituciones denominadas partidos, Parlamentos, gobiernos, sin proceder a un análisis del uso que estos últimos hacen del voto que les permitió acceder al poder. Una democracia que no se autocritica, se condena a la parálisis.

No concluyan que estoy en contra de la existencia de los partidos: milito dentro de uno de ellos. No crean tampoco que aborrezco los Parlamentos: los apreciaría si se consagraran más a la acción que a la palabra. Y tampoco imaginen que soy el inventor de una receta mágica que permite a los pueblos vivir felices sin tener gobierno. Me niego a admitir que sólo se pueda gobernar y desear ser gobernado según los incompletos e incoherentes modelos democráticos vigentes.

Los califico así porque no veo otra forma de designarlos. Una democracia verdadera, que inundaría con su luz, como un sol, a todos los pueblos, debería comenzar por lo que tenemos a mano, es decir, el país en que nacimos, la sociedad en que vivimos, la calle donde moramos.

Si esta condición no es respetada —y no lo es— todos los razonamientos anteriores, es decir, el fundamento teórico y el funcionamiento experimental del sistema, estarán viciados. Purificar las aguas del río que atraviesa la ciudad no servirá de nada si el foco de la contaminación está en las fuentes.

La cuestión principal que todo tipo de organización humana se plantea, desde que el mundo es mundo, es la del poder. Y el principal problema es identificar quién lo detenta, verificar por qué medio lo obtuvo, qué uso hace de él, qué métodos utiliza y cuáles son sus ambiciones.

Si la democracia fuera realmente el gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo, todo debate cesaría. Pero no estamos en ese punto. Y sólo un espíritu cínico se animaría a afirmar que todo va inmejorablemente bien en el mundo en que vivimos.

Se dice también que la democracia es el sistema político menos malo, y nadie se percata de que esta aceptación resignada de un modelo que se contenta con ser "el menos malo" puede constituir el freno de una búsqueda de algo "mejor".

El poder democrático es, por su naturaleza, siempre provisorio. Depende de la estabilidad de las elecciones, de las fluctuaciones de las ideologías y de los intereses de clase. Podemos ver en él una suerte de barómetro orgánico que registra las variaciones de la voluntad política de la sociedad. Pero de un modo flagrante ya no contamos las alternancias políticas aparentemente radicales que tienen por efecto cambios de gobierno, pero que no vienen acompañadas por transformaciones sociales, económicas y culturales tan fundamentales como hacía suponer el resultado del sufragio.

En efecto, decir gobierno "socialista", o "socialdemócrata", o aun "conservador", o "liberal" y llamarlo "poder", no es más que una operación estética barata. Es pretender nombrar algo que no se encuentra allí donde querrían hacérnoslo creer. Porque el poder, el verdadero poder, se encuentra en otra parte: es el poder económico. Ese cuyos contornos de filigrana percibimos, pero se nos escapa cuando queremos aproximarnos a él y contraataca si nos dan ganas de restringir su influencia, sometiéndolo a las reglas del interés general.

En términos más claros: los pueblos no han elegido a sus gobiernos para que éstos los "ofrezcan" al mercado. Pero el mercado condiciona a los gobiernos para que éstos les "ofrezcan" a sus pueblos. En nuestra época de mundialización liberal, el mercado es el instrumento por excelencia del único poder digno de ese nombre, el poder económico y financiero. Éste no es democrático puesto que no ha sido elegido por el pueblo, no es gestionado por el pueblo y sobre todo porque no tiene como finalidad el bienestar del pueblo.

No hago más que enunciar verdades elementales. Los estrategas políticos, de todos los bandos, han impuesto un silencio prudente para que nadie se atreva a insinuar que seguimos cultivando la mentira y aceptamos ser cómplices de ella.

El sistema llamado democrático se parece cada vez más a un gobierno de los ricos y cada vez menos a un gobierno del pueblo. Imposible negar la evidencia: la masa de los pobres llamada a votar nunca es llamada a gobernar. En la hipótesis de un gobierno formado por los pobres, donde éstos representarían la mayoría, como Aristóteles imaginó en su Política, ellos no dispondrían de los medios para modificar la organización del universo de los ricos que los dominan, vigilan y asfixian.

La pretendida democracia occidental ha entrado en una etapa de transformación retrógrada que no puede detener, y cuyas consecuencias previsibles serán su propia negación. No hay necesidad alguna de que alguien tome la responsabilidad de liquidarla, ella misma se suicida todos los días.

¿Qué hacer? ¿Reformarla? Sabemos que, como escribió acertadamente el autor de El Gatopardo[3], reformar no es otra cosa que cambiar lo necesario para que nada cambie. ¿Renovarla? ¿Qué época del pasado suficientemente democrática valdría la pena que regresemos a ella para, a partir de ahí, reconstruir con nuevos materiales lo que está en el camino de la perdición? ¿La de la Grecia antigua? ¿La de las repúblicas mercantiles de la Edad Media? ¿La del liberalismo inglés del siglo XVII? ¿La del siglo francés de las Luces? Las respuestas serían tan fútiles como las preguntas…

¿Qué hacer entonces? Dejemos de considerar la democracia como un valor adquirido, definido de una vez por todas e intocable para siempre. En un mundo en que estamos acostumbrados a debatir todo, sólo persiste un tabú: la democracia. Antonio Salazar (1889-1970), el dictador que gobernó Portugal durante más de cuarenta años, afirmaba: "No se cuestiona a Dios, no se cuestiona la patria, no se cuestiona la familia". Hoy en día cuestionamos a Dios, a la patria, y si no cuestionamos la familia es porque ella se encarga de hacerlo sola. Pero no cuestionamos la democracia.

Entonces digo: cuestionémosla en todos los debates. Si no encontramos un modo de reinventarla, no perderemos sólo la democracia, sino la esperanza de ver un día los derechos humanos respetados en este planeta. Sería entonces el fracaso más estruendoso de nuestro tiempo, la señal de una traición que marcaría a la humanidad para siempre.

Notas:

[1] Aristóteles, Política, Editorial Nacional, Madrid, 1981.

[2] N. de la r.: José Saramago es miembro del Partido Comunista Portugués.

[3] Novela póstuma -Il Gattopardo- del escritor siciliano Giuseppe Tommasi di Lampedusa (1896-1957), publicada en 1958.


José Saramago

Wednesday, February 27, 2013

VEAN ESTA ENTREVISTA DE JORGE PUELLO SORIANO (EL MEN) PARA CELEBRAR LA FECHA DE LA REVOLUCION SOCIALISTA DE ABRIL DEL 1965

ESTIMADOS AMIGOS, VEAN ESTA ENTREVISTA DE MEMORIAS DE ABRIL DEL GRAN SOCIALISTA DOMINICANO JORGE PUELLO SORIANO (EL MEN). UNO DE LOS MEJORES MARXISTAS DE LA REPUBLICA DOMINICANA, HABLANDO SOBRE LA REVOLUCION SOCIALISTA DE ABRIL DEL 1965

PARTE 1
  

PARTE 2


  VEAN ESTA OTRA ENTREVISTA DE JORGE PUELLO SORIANO (EL MEN)  .



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Monday, February 25, 2013

¡Me lo habéis quitado todo! Reflexiones sobre la urgente necesidad del comunismo



texto de John Brown - febrero de 2013

“¡Mirad lo que me habéis hecho, me lo habéis quitado todo!” Esto es lo que gritaba hace unos días una mujer cuando, en una sucursal bancaria de Castellón de la Caja Rural de Almassora se prendió fuego con gasolina. Cuentan los periódicos que es una persona de 47 años, con tres hijos y amenazada de desahucio. Ada Colau, la representante más célebre de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) afirmaba en el Congreso, en una de esas raras veces en que dentro de esa cámara de resonancia del poder se ha oido una verdad, que el representante de la banca que intervino antes que ella para oponerse a la dación en pago y al conjunto de la iniciativa legislativa popular (ILP) promovida por la PAH era un “criminal”.

Los desahucios son actos de violencia extrema. La persona desahuciada, expulsada de su vivienda queda por ese mismo acto expulsada de la sociedad normal, marginada, en los términos precisos de Ada Colau, condenada a la “muerte civil”. No olvidemos que la muerte civil, la incapacidad para tener una vida social y una vida pública coincidía en la antigüedad con el estatuto de los esclavos. Ahora bien, el esclavo es quien debe a alguien su vida y con su vida entera debe pagar su deuda. No muy alejado del estatuto antiguo del esclavo está el del moderno desahuciado quien no solo pierde su vivienda, sino que sigue teniendo -a pesar de su carencia de recursos- una deuda impagable con el banco. Alguien a quien se lo han quitado todo se convierte automáticamente en esclavo. La muerte civil propia del esclavo es ese periodo de tiempo anterior a la muerte física en el que ya no se está propiamente vivo, puesto que la potencia y el deseo propios se encuentran casi extinguidos, oprimidos por un poder exterior.

Algunos no lo aceptan y se rebelan. Esa rebelión puede tomar dos formas: una forma abstracta e individual en la que se considera que está todo perdido y una forma concreta que apela a la potencia de lo colectivo, a la potencia de la indignación. Ambas formas son perfectamente respetables y constituyen afirmaciones de la dignidad. El suicidio es, ciertamente, como afirma Spinoza el resultado de la acción de una causa exterior, pues no hay nada en la esencia de una cosa que tienda a destruirla. La proposición 4 de la parte III de la Ética afirma sin matices: « Nulla res nisi a causa externa potest destrui » (« Ninguna cosa puede ser destruida sino por una causa exterior » ) . Todo suicidio está pues precedido por un asesinato, por una transformación de la esencia del individuo por una causa exterior que lo destruye desde el interior, como un cáncer o una enfermedad autoinmune, pero también, bajo la forma fenomenológica del suicidio puede incluirse la elección de la muerte como “mal menor”, en cuyo caso, la propia muerte es una afirmación de la vida, una forma extrema de perseverar en su propio deseo. “Así pues,-nos dice Spinoza en Etica IV, proposición XX, escolio- nadie deja de apetecer su utilidad, o sea, la conservación de su ser, como no sea vencido por causas exteriores y contrarias a su naturaleza. Y así, nadie tiene aversión a los alimentos, ni se da muerte, en virtud de la necesidad de su naturaleza, sino compelido por causas exteriores; ello puede suceder de muchas maneras: uno se da muerte obligado por otro, que le desvía la mano en la que lleva casualmente una espada, forzándole a dirigir el arma contra su corazón; otro, obligado por el mandato de un tirano a abrirse las venas, como Séneca, esto es, deseando evitar un mal mayor por medio de otro menor; otro, en fin, porque causas exteriores ocultas disponen su imaginación y afectan su cuerpo de tal modo que éste se reviste de una nueva naturaleza, contraria a la que antes tenía, y cuya idea no puede darse en el alma (por la Proposición 10 de la Parte III). Pero que el hombre se esfuerce, por la necesidad de su naturaleza, en no existir, o en cambiar su forma por otra, es tan imposible como que de la nada se produzca algo, según todo el mundo puede ver a poco que medite.” El suicidio es así, siempre el resultado de una “muerte sin cadáver previa” o del encuentro del individuo con una fuerza exterior destructiva e invencible. Un “encuentro” de este tipo explica el sucidio de Séneca, pero también el de los insurrectos del Gueto de Varsovia, tal vez también muchos de los suicidios que están ocurriendo últimamente en territorio español. Aunque a veces, la única manera de conservar su propia dignidad sea suicidarse, existe a menudo la posibilidad de rebelarse junto a otros, de reconocer el mal que sufrimos en otros. Es lo que se llama indignación. La indignación es una tristeza, pero una tristeza que saca a la superficie el nexo social, la solidaridad, la comunidad, y puede incluso dar lugar a una potenciación del individuo cuando este es capaz de constituir con otros y frente a un poder hostil una nueva realidad que haga posible vivir.

Hoy es indispensable restablecer, o incluso crear sobre una nueva base mucho más sólida, las condiciones sociales que hagan posible la vida. Si volvemos sobre la frase con que empezamos estas reflexiones: “¡Mirad lo que me habéis hecho, me lo habéis quitado todo!”, podemos sacar ya unas primeras conclusiones a partir de ella. Creo que es el mejor homenaje y la mejor muestra de respeto que podemos rendir a la persona que, envuelta en dolor y fuego, las pronunció. En primer lugar, señala a los criminales que la condujeron a ese acto de autodestrucción, nombrándolos como los verdaderos responsables de su desgracia. En segundo lugar, y esto es lo más importante, explica que su desdicha consiste en que “se lo han quitado todo”. Esto es decisivo y obliga a una reflexión. No en todas las sociedades es posible quitárselo “todo” a alguien como lo es en la « nuestra ». La mayoría de las sociedades humanas que han conocido el crédito y la moneda basada en el crédito han tenido también instituciones que perdonaban las deudas. El “perdónanos nuestras deudas” del Padre Nuestro cristiano evoca la antigua institución hebrea del jubileo en la cual se restituían sus tierras cada 50 años a los campesinos expropiados por impago de sus deudas y a sus familias. Declara así el Levítico 25.10 : « Y santificaréis el año cincuenta, y pregonaréis libertad en la tierra a todos sus moradores; ese año os será de jubileo, y volveréis cada uno a vuestra posesión, y cada cual volverá a su familia. » Existían tanto en el antiguo Israel como en las sociedades del creciente fértil desde la más remota antigüedad normas que establecían el perdón de las deudas dentro de la propia comunidad. Tanto entonces como ahora, una deuda unilateral infinita conduce a la esclavitud y a la muerte civil y ninguna sociedad, ni siquiera una sociedad esclavista, puede reducir a la mayoría de su población a la esclavitud.

La deuda es un tipo de relación social basada en algo tan poco “natural” como el intercambio de bienes y valores. La deuda se basa en una promesa de pago en el futuro que la distingue de las demás transacciones en las cuales el pago acompaña al cambio de propiedad de un bien. Esto, que nos parece tan evidente a los habitantes de una sociedad compuesta de individuos que intercambian mercancías, es, sin embargo, el tipo mismo de relación que las sociedades primitivas -descritas por una larga de serie de antropólogos desde Clastre hasta David Graeber- reservan exclusivamente a los enemigos. Con la gente de la propia comunidad, se comparte la riqueza, con el enemigo, se comercia, incluso se comercia con su propia persona esclavizándolo, pues la esclavitud, como bien sabía John Locke se basa en una deuda infinita e impagable. Sólo podemos comerciar con quienes podemos también matar o esclavizar. De ahí la gran cantidad de límites puestos a las relaciones comerciales en las sociedades no capitalistas: en todas ellas se trataba de que nadie pudiera “perderlo todo”.

El capitalismo es la única sociedad basada en la relación comercial generalizada, aquella en la que, como decía Marx en los Grundrisse, el hombre “lleva sus relaciones sociales en el bolsillo”, pues casi todas ellas dependen del dinero. Esto conduce, naturalmente al estado de guerra pemanente, de hostilidad generalizada entre los individuos que percibimos a diario. La relación que otras sociedades humanas consideraban tan violenta y tan reservada al trato con enemigos como la propia guerra se ha interiorizado en el capitalismo con efectos nefastos sobre la sociedad. En las sociedades capitalistas que se han “liberado” de toda barrera política o moral como las neoliberales, la relación social es sumamente tenue y precaria. Las sociedades se sostienen en la medida en que conservan una base mínima, ontológica, antropológica, de cooperación directa entre los individuos, al margen de las relaciones propiamente capitalistas. Cornelius Castoriadis insistió muchas veces en que es imposible que una sociedad basada en el mercado o en la jerarquía de fábrica, o en el control estatal, es decir una sociedad atomizada, pueda funcionar, si no intervienen otras dinámicas de cooperación. Puede parecer una paradoja, pero el capitalismo, para funcionar, presupone el comunismo: el comunismo del lenguaje al que Marx se refiere con frecuencia, el de la cooperación, el del conocimiento, el de los afectos, etc. Todo ese denso tejido de relaciones que el capital y sus dos instituciones fundamentales, el mercado y el Estado son incapaces de poner por sí mismas y que deben explotar, vampirizar, para poder funcionar.

Hoy el capital está poniendo en peligro esa base comunista mínima con la que tiene, sin embargo que convivir si quiere sobrevivir, intentando someterla a la ley del mercado y de la propiedad, haciendo de los comunes cognitivos, afectivos, incluso lingüísticos, formas aberrantes de mercancía no caracterizadas como cosas, sino como acceso a “formas de vida”. El capital, lo que intenta vendernos hoy para valorizarse son nuestras propias vidas expropiadas/apropiadas. El problema es que la relación de propiedad conviene muy mal a los comunes: es difícil apropiárselos, pues no son cosas sino relaciones. Los comunes no nos pertenecen, más bien pertenecemos nosotros a ellos. De ahí el intento desesperado de asirlos mediante la más sutil de las relaciones, la que se basa no ya en el tiempo presente o en el pasado como la relación que se expresa en el valor-trabajo, sino en el futuro y en la extensión total de nuestras vidas, la relación de endeudamiento, la relación financiera. El espacio de la explotación se convierte en un espacio ilimitado, en un universo infinito, pero por eso mismo, es incontrolable, por eso mismo se convierte en un espacio de resistencia como fue la inmensa estepa rusa para las tropas de Napoleón o de Hitler.

Hoy mismo Mariano Rajoy intenta convencer a los ya convencidos de que es capaz de gobernar una crisis que ya se ha hecho inseparable del propio sistema. Propone como receta los “minijobs”, que la Señora Merkel ya ha puesto en práctica en Alemania, esos puestos de trabajo ultraprecarios, sin derechos, y con remuneraciones muy inferiores a lo necesario para reproducir la fuerza de trabajo. Se trata de una medida más en el camino de la introducción tendencial, asintótica, de una nueva forma de esclavismo en la que se mantiene la libertad formal del trabajador, pero se estrecha al mínimo su capacidad de negociación. Cuando la curva de la variante salario alcance el valor cero y la curva del tiempo de trabajo tienda a infinito, habremos llegado a un restablecimiento del esclavismo. Lo que pasa es que esto no puede ocurrir del todo en el marco de un régimen que necesita imponer políticamente la ley del valor como fundamento de un régimen jurídico basado en la propiedad como el que hoy conocemos. El valor ya no se determina en tiempo de trabajo, sino mediante convenciones financieras basadas en apuestas sobre el valor que se producirá en el futuro, pero al mismo tiempo, el Estado mantiene incólume un entramado jurídico basado en la relación entre valor y trabajo, imponiendo sus efectos mediante la violencia.

Para evitar el nuevo esclavismo, es necesario disociar valor y trabajo, pero de otra manera, haciendo que los ingresos, el reparto del valor producido, se independicen del trabajo asalariado y de sus formas, practicando una disociación no orientada al neoesclavismo sino al comunismo, al acceso generalizado y libre a la riqueza común. No tiene sentido aceptar que esa disociación sólo valga para el 1% que ya la practica cobrando sobres y demás prebendas y no para el resto. El 1% ya vive en el comunismo del capital, tenemos que aprender a hacer que las relaciones comunistas se extiendan al conjunto de la sociedad. Hoy como en la época de Marx, sigue siendo válida la divisa saint-simoniana hábilmente desviada ( détournée , dirían los situacionistas…) por el Moro: “De cada cual según sus capacidades a cada cual según sus necesidades”. Si queremos que no puedan “quitárnoslo todo”, tenemos que garantizar la existencia de bienes y recursos comunes inalienables. No basta para ello que sean de titularidad estatal, pues los Estados pueden comportarse como cualquier propietario y privatizarlos (es lo que están haciendo): es necesario que los bienes comunes estén inscritos en la constitución, tanto en la constitución material como elementos fundamentales de las relaciones características de un modo de producción comunista que no tiene nada que ver con los socialismos de Estado, como en la constitución formal que debe establecer las instituciones políticas y las leyes de un mundo libre más allá de la propiedad. El comunismo hoy no es ninguna utopía, sino una ncesidad vital para las sociedades y los individuos.

Sunday, February 24, 2013

LA TEORIA MARXISTA-LENINISTA SOBRE EL CAPITALISMO-ESTATAL Y LA CONSTRUCCION DEL ESTADO SOCIALISTA SOVIETICO EN LA REPUBLICA DOMINICANA POR EL PROYECTO UNITARIO IZQUIERDA REVOLUCIONARIA DEL PROFESOR LIC. NARCISO ISA CONDE Y JOSE PUELLO SORIANO (EL MEN), Y EL MOVIMIENTO CAAMAñISTA


Introducción
Para el movimiento comunista, la Historia no es un mero pasatiempo cultural ni un ejercicio intelectual que, desprovisto de todo análisis materialista y científico, sirve al analista para recabar datos inconexos y abstraídos de la realidad material. Bien al contrario, el materialismo histórico -que es la ciencia social revolucionaria aplicada al desarrollo de los diferentes modos de producción material y espiritual de la sociedad humana- nos sirve a los comunistas para dotarnos de las herramientas fundamentales con las que construir y perfeccionar la teoría revolucionaria, la que servirá de soporte para que la práctica pueda converger hacia la superación de toda sociedad clasista.
Uno de los objetivos prioritarios que nos hemos marcado desde este espacio de lucha y confrontación ideológicas -que busca contribuir a la conformación de una vanguardia marxista-leninista sólida que esté en condiciones de fusionarse con el movimiento proletario en esa unidad dialéctica y superior que es el Partido Comunista-, no es otro que el de elaborar análisis colectivos que tengan como leitmotiv realizar el imprescindible balance del Ciclo de Octubre, un balance que debe acometer la crítica revolucionaria tanto de las experiencias socialistas como de las distintas fases por las que ha pasado el Movimiento Comunista Internacional hasta la fecha.
En este sentido se enmarca nuestro primer documento de la serie de textos que elaboraremos sobre el balance de la construcción del socialismo y el Movimiento Comunista Internacional. Dicho documento está centrado en la visión marxista-leninista sobre el capitalismo de Estado y la construcción del Estado soviético. En él tratamos de fundamentar de forma breve y sencilla las bases políticas, sociales y económicas sobre las que tuvo que constituirse la primera República proletaria de la Historia. Pensamos que el mayor interés de este análisis radica, sobre todo, en que puede ofrecernos el sustrato material sobre el que luego se levantaría el Estado soviético, que tuvo que erigirse en medio de inconmensurables dificultades políticas y económicas y que, a la sazón, contribuyó a reforzar la línea errada determinista y economicista (sobre la que profundizaremos en este texto) que, finalmente, terminó por derrotar a la línea socialista en el seno del propio Estado, desalojando al proletariado del poder y restaurando el capitalismo en la URSS con el ascenso de la burguesía burocrática.
La visión marxista-leninista sobre el imperialismo y el
capitalismo monopolista de Estado
Cuando Lenin escribió su famoso libro El imperialismo, fase superior del capitalismo, uno de los objetivos principales del gran maestro revolucionario fue desenmascarar al revisionismo como expresión ideológica, política y social de la aristocracia obrera y la pequeña burguesía de los países imperialistas. El mismo Lenin, en su prólogo a las ediciones francesa y alemana del libro sobre el imperialismo, aseveró en el punto IV:
            «Hemos prestado en este libro una atención especial a la crítica del “kautskismo”, esa corriente ideológica internacional representada en todos los países del mundo por los “teóricos más eminentes”, por los jefes de la II Internacional (Otto Bauer y Cía. en Austria, Ramsay MacDonald y otros en Ingíaterra, Albert Thomas en Francia, etc., etc.) y por un número infinito de socialistas, de reformistas, de pacifistas, de demócratas burgueses y de clérigos.
                Esa corriente ideológica, de una parte, es el producto de la descomposición, de la putrefacción de la II Internacional y, de otra parte, es el fruto inevitable de la ideología de los pequeños burgueses, a quienes todo el ambiente los hace prisioneros de los prejuicios burgueses y democráticos».
El análisis de Lenin -que, como él mismo explica en el prólogo, se basó en diferentes materiales recogidos sobre el desarrollo económico del capitalismo en los países más desarrollados, además de en los análisis de economistas como Hilferding (antiguo «marxista», al decir de Lenin, y autor del libro El capital financiero, anterior a la obra del revolucionario ruso)- fue absolutamente revolucionario y sentó las bases teóricas para la comprensión de la nueva y última fase en que había entrado el capitalismo.
Para entender la relación entre el imperialismo y el capitalismo monopolista de Estado tal y como los caracterizara Lenin, antes es necesario entender el desarrollo económico capitalista que se produjo a finales del siglo XIX. Desde que el sistema capitalista se implantó en gran parte de Europa, América del norte y otras regiones del globo, el desarrollo de las fuerzas productivas alcanzó un grado de desarrollo nunca antes visto. La aplicación de la ciencia y la tecnología a la producción y la sobreexplotación del proletariado y los países coloniales fueron las fuerzas motrices que llevaron al capitalismo decimonónico, de libre concurrencia y con unidades productivas aún poco desarrolladas y concentradas, al modelo de capitalismo monopolista de Estado.
Como consecuencia de la concentración y la centralización de los medios de producción (producto, a su vez, del formidable desarrollo de las fuerzas productivas bajo el modo de producción capitalista), los capitales que, en el siglo XIX, pugnaban de forma más o menoslibre, pasaron a conformar gigantescas organizaciones empresariales en forma de trusts o cárteles. Gracias a las necesidades crecientes de financiación de las grandes unidades productivas, la banca alcanzó también cotas de desarrollo no imaginadas hasta la fecha.  Lenin afirmó que «El incremento enorme de la industria y el proceso notablemente rápido de concentración de la producción en empresas cada vez más grandes constituyen una de las particularidades más características del capitalismo». Efectivamente, ese desarrollo formidable de la industria determinó la lógica concentración y centralización de capitales, que en ese momento comenzaron a fusionarse y a elevarse a la categoría de auténticos monopolios. Fue en ese momento cuando el capitalismo monopolista irrumpía en la escena histórica para enterrar, de una vez y para siempre, al capitalismo de libre concurrencia que se había desarrollado tiempo atrás. Las sociedades anónimas, los trusts y la alianza entre la gran industria y la banca conformaron esa nueva realidad que ya Hilferding denominó «capital financiero». La oligarquía financiera, hija del capitalismo más desarrollado, era la genuina expresión de los intereses fusionados de las grandes empresas industriales y los bancos y grupos de inversión que, cada con mayor intensidad y con mejor organización, comenzaron a determinar el curso de toda la economía mundial y de los diferentes países a nivel social y político.
Pero Lenin, como el mejor exponente en su época del marxismo revolucionario y en constante lucha ideológica y política contra el revisionismo, entendió que ese capitalismo monopolista no podía funcionar sin el manto y la dirección de su Estado. Así, el capitalismo monopolista de Estado era el producto lógico del grado de desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas. Era, además de «la antesala del socialismo», el poder de los monopolios financieros protegidos por el Estado burgués, que en ese momento pasaba a ser fundamentalmente el Estado del capital financiero en comandita con otras fracciones de la clase dominante (como la aristocracia obrera o la burguesía no monopolista). La máquina estatal pasaba ahora a gestionar y defender los intereses de la oligarquía financiera, una oligarquía que solo pudo levantarse por el saqueo y «el reparto del mundo por las grandes potencias».  La construcción del capitalismo monopolista de Estado fue posible gracias a la conquista y el dominio brutal de un puñado de potencias imperialistas sobre el conjunto de los países sojuzgados del planeta. Pero, en realidad, este proceso de internacionalización del capital no fue creado por el sistema capitalista en su fase imperialista, sino que, en plena época de colonización durante los siglos XV, XVI y XVII, fue inaugurado por lo que Marx denominó «la acumulación originaria de capital», basada en la conquista, el expolio colonial y la esclavitud.
La principal novedad que introdujo el imperialismo con respecto al capitalismo en su fase colonial primigenia fue la exportación de capitales. Es decir, ahora las colonias no solo servían como fuentes de extracción de materias primas para las metrópolis, sino que los países dominantes utilizaban a los países oprimidos para que estos importaran capitales provenientes de la oligarquía financiera de los países imperialistas.
«El imperialismo es la fase monopolista del capitalismo», decía Lenin. Pero el revolucionario ruso también dejó bien claro que lo característico del imperialismo, con respecto al colonialismo del primer capitalismo, era el carácter definitivo del reparto del globo por las grandes potencias carroñeras. Este carácter fue luego combatido y distorsionado por revisionistas de la talla de Kautsky o Hilferding, quienes adujeron que el imperialismo cambiaba constantemente los actores dominantes y dominados. Lenin, haciendo uso de su gran capacidad para deslindar lo verdadero de lo falso, respondió que ese reparto era definitivo por cuanto que, si bien los territorios y sus recursos podían cambiar de amos imperialistas, ya no quedaba ningún lugar del planeta en ser integrado al circuito mundial del imperialismo.
El imperialismo, que Lenin definió a la perfección en su gran obra, fue denominada la última fase del capitalismo. ¿Por qué la última? Porque ciertamente era el último peldaño que el desarrollo capitalista podía alcanzar hasta que se construyera el socialismo. Ya no había vuelta atrás, el capital monopolista era el nuevo amo y señor absoluto de los países más desarrollados.
En definitiva, fue Lenin quien sistematizó por primera vez una visión científica y revolucionaria sobre la última y más desarrollada fase del capitalismo, la del capitalismo monopolista de Estado y su fase imperialista. A partir de entonces, el comunismo sentó las bases teóricas y políticas para determinar de forma científica que la era del imperialismo implicaba, independientemente de los periodos económicos, políticos o sociales, la era de la Revolución proletaria. El propio sistema capitalista, gracias a la división internacional del trabajo y a su formidable desarrollo mundial de las fuerzas productivas, había sentado las bases objetivas para la necesidad y la inevitabilidad de la Revolución socialista.
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Caracterización socio-económica marxista-leninista de la Rusia zarista
En base a los datos extraídos del censo zarista de 1897 y del Comité Central de Estadística de Rusia de 1907, Lenin llegó a elaborar un sistemático estudio de la composición clasista de la sociedad y del desarrollo económico de la Rusia zarista. Centrándose en el análisis de la composición social del Imperio ruso a finales del siglo XIX y principios del XX, Lenin estableció la siguiente distribución social por clases sociales:
En primer lugar, el estudio cuantificaba a la gran burguesía rusa en 3 millones de individuos (es decir, un 2,39% del total de la población). Esta gran burguesía estaba formada por aquellos capitalistas que vivían exclusivamente de la reproducción ampliada del capital, incluyendo a la burguesía campesina que empleaba a más de tres proletarios, a los terratenientes o a los altos cargos civiles y militares del Estado zarista.
En segundo lugar, Lenin contabilizaba en 23.100.000 (un 18,39%) a los miembros de la burguesía media. Este sector de la burguesía estaba compuesto, en su mayor parte, por propietarios acomodados del campo que explotaban a entre 1 y 3 obreros. Además, la burguesía media incluía a cargos medios del aparato estatal zarista y a la intelectualidad burguesa.
En tercer lugar, estaba la pequeña burguesía, que en el Imperio ruso agrupaba a alrededor de 35.800.000 personas (esto es, un 28,50% del total de la población). La pequeña burguesía rusa estaba constituida por campesinos pobres que cultivaban parcelas entre 5,4625 y 16,3875 hectáreas, además de por comerciantes de las grandes ciudades.
En cuarto lugar, Lenin determinó en 41.700.000 (33,20%) el número de elementos semiproletarios. Este sector social agrupaba a aquellos braceros y jornaleros que simultaneaban y/o alternaban el trabajo asalariado con el cultivo de su propia y minúscula parcela.
En quinto y último lugar, se encontraba la clase estrictamente proletaria. Los proletarios sumaban en ese momento un total de 22 millones de personas (un 17,52% del total de la sociedad). Estaban constituidos por todos aquellos individuos que dependían para sobrevivir de la venta de su fuerza de trabajo, incluyendo tanto a proletarios fabriles como a obreros rurales. También se calculaba en aproximadamente 500 mil el número de lúmpenes en todo el territorio ruso. Según determinó E. E. Kruze en La situación de la clase obrera de Rusia en 1900-194, el número total de obreros fabriles, ferroviarios y mineros apenas sobrepasaba los 3 millones, lo que da una idea del carácter predominante del proletariado agrícola y de las zonas rurales.
Haciendo una interpretación de los datos apuntados más arriba, podemos decir que, en la Rusia de principios del siglo XX, el grupo social más importante lo formaban los semiproletarios, esos elementos a caballo entre la pequeña burguesía y el proletariado. En segundo lugar por orden de importancia numérica, había que contar a la pequeña burguesía. Posteriormente, la mediana burguesía era la siguiente capa social más importante cuantitativamente. En penúltimo lugar venía el proletariado que, por sí mismo, no llegaba ni al 20% del total de la población. Por último, la gran burguesía apenas si constituía un 3% de la sociedad rusa.
Estos datos, que Lenin supo sintetizar e interpretar magistralmente para su propósito de analizar el desarrollo capitalista de Rusia y combatir el corpus teórico del populismo, son fundamentales a la hora de analizar la composición de clases de la sociedad rusa de la época.  Primeramente, estos datos demostraban la abrumadora importancia del campo frente a la ciudad en una Rusia, ya plenamente capitalista, pero aún con estructuras semifeudales. Además, dejaba clara cuál era la posición numérica del proletariado, en franca minoría con respecto al campesinado pobre, a la pequeña burguesía urbana y a los elementos semiproletarios. Esta estructura social, como bien supo ver Lenin, determinaba un proceso revolucionario de acumulación de fuerzas diferente al de los países con un capitalismo más desarrollado, como Gran Bretaña, Alemania o Francia. A partir del análisis de la composición de la sociedad rusa, Lenin supo ver que, en el Estado ruso, la dictadura del proletariado no podía forjarse si no contaba con la gigantesca masa del campesinado pobre. La comprensión de esta fenómeno tuvo una importancia capital para Lenin. Tanto es así, que sus primeros escritos, que se centraron en las disputas que mantuvo con los naródniks, defendieron con ímpetu la tesis sobre la necesidad del desarrollo capitalista en Rusia.
En relación a la caracterización económica que Lenin hizo de la Rusia zarista, en primer lugar este se esforzó por desmontar cada uno de los lugares comunes de los economistas populistas en distintas cuestiones: la división social del trabajo, el crecimiento de la población industrial a expensas de la población agrícola o la ruina de los pequeños productores rurales. Efectivamente, el revolucionario ruso pudo, en función del análisis marxista de la realidad concreta, demostrar que en Rusia estaba acentuándose el proceso de la formación de un mercado interior para la gran industria.
Además, otro de los rasgos que estaban perfilándose con cada vez mayor vigor en la estructura socio-económica de la Rusia zarista, fue el de la diferenciación del campesinado. En base a los datos que Lenin recogió sobre los zemstvos de provincias como Samara, Sarátov, Orel o Vorónezh, quedó sobradamente demostrado que los terratenientes, por un lado, evolucionaban de la economía de la «prestación personal» a la economía capitalista; por otro lado, una masa de campesinos comenzaba su proceso de declive, hasta el punto de que muchos de ellos pasaban a engrosar las listas de los proletarios del campo.
En El desarrollo del capitalismo en Rusia, Lenin llegó a demostrar que la Rusia zarista, a pesar de mantener un atraso social y económico importante con respecto a las potencias capitalistas de la Europa occidental, ya había desarrollado a principios del siglo XX la infraestructura capitalista necesaria para posibilitar un proceso de acumulación de capital propio. Como consecuencia de esto, en Rusia convivieron distintas formas económicas existentes que formaban un conglomerado extremadamente complejo. Así, Lenin estableció las distintas formas económicas que iban a convivir inevitablemente en la Rusia revolucionaria: economía campesina patriarcal natural, pequeña producción agrícola mercantil, capitalismo privado, capitalismo de Estado y, finalmente, socialismo. De estas cincas formas económicas, obviamente, la única que no podía desarrollarse en la época zarista era la socialista, que se configuró plenamente cuando la NEP fue superada y el Estado soviético pudo encaminarse a la construcción del socialismo en la URSS.
Bases económicas de la construcción del socialismo en la
Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas
La forma en que penetró y se difundió la teoría revolucionaria en Rusia estuvo condicionada por las peculiares condiciones de atraso social y económico de la Rusia zarista.
Centrándonos en primer lugar en la agricultura, hay que comenzar la exposición con un principio básico de la economía de la Rusia de la época -que condicionaría el desarrollo económico y la construcción política del nuevo Estado soviético-, que no es otro que el de la primacía y el atraso de la agricultura rusa. Ya hemos visto que la población campesina era absolutamente mayoritaria en la Rusia autocrática. Por sectores económicos, la agricultura era con diferencia la actividad productiva que más peso ejercía sobre el conjunto del PIB del Imperio ruso. Por otro lado, a pesar de que en 1861 se había abolido formalmente la servidumbre en el campo, las relaciones semifeudales siguieron teniendo una importancia considerable en las zonas rurales del vasto Imperio ruso. Es más, incluso con el desarrollo del capitalismo rural que Lenin analizó en sus primeros escritos, las relaciones semifeudales entre terratenientes y campesinos siguieron siendo la forma económica mayoritaria en el campo ruso. En el aspecto técnico, la agricultura aún adolecía de serias carencias y atrasos, sobre todo en relación a un insuficiente desarrollo de la productividad por falta de maquinaria y por una mano de obra poco cualificada y sobreexplotada.
Este atraso de la agricultura condicionó en gran medida el desarrollo del proyecto político revolucionario de los bolcheviques. Desde que el proletariado y su Partido de nuevo tipo tomaran el poder en Rusia, muy pronto comenzó a asomar la cabeza el problema fundamental de una Revolución proletaria inserta en una economía mayoritariamente campesina. Así, Lenin ya dejó sentadas, al iniciarse la construcción del Estado soviético, las tareas elementales de un proletariado revolucionario comprometido con una realidad social de mayoría campesina:
                «Nosotros los bolcheviques ayudaremos al campesinado a superar las consignas pequeño-burguesas, a realizar la transición a los lemas socialistas lo más rápida y fácilmente posible» (Obras completas, vol. 33, p. 398).
Superando el discurso eserita, según el cual el «programa agrario» podía llevarse a cabo sin necesidad de derrocar el sistema capitalista, el Partido bolchevique fue capaz de sellar la imprescindible alianza obrero-campesina (una alianza que Trotsky jamás entendió ni asumió) al tiempo que levantaba el primer Estado obrero de la historia. El 18-31 de enero de 1918, el tercer Congreso de Soviets de toda Rusia estableció en la Declaración de los Derechos del Pueblo Trabajador y Explotado los dos grandes vectores de la política agraria bolchevique: por un lado, el Congreso declaró que «queda abolida la propiedad privada de la tierra»; por otro lado, se determinó que «las fincas y las explotaciones agrícolas modelo se declaran de propiedad nacional».
Ahora bien, este proceso de expropiación de la tierra no estuvo exento de dificultades y contradicciones. Hoy sabemos que el proceso de incautación de la tierra fue mucho más ordenado en las provincias más cercanas a Moscú y Petrogrado. En los distritos más distantes, sin embargo, las expropiaciones fueron en gran medida caóticas y carentes de organización. El «comunismo de guerra» (que a Lenin le gustaba mucho entrecomillar) fue la expresión lógica y desorganizada de estas incautaciones de tierras. Esta política fue luego corregida por la NEP, que, si bien supuso un retroceso temporal con concesiones al capital, fue el escalón indispensable para hacer posible la construcción del socialismo. La NEP fue esencial para frenar la «rebeldía del campo contra la ciudad», en una situación en la que había escasez de mercancías que los campesinos necesitaban comprar y en el que, además, los elementos del campesinado rico tenían suficientes reservas de dinero, por lo que no se veían forzados a vender sus mercancías.
En lo que respecta a la industria que el Partido bolchevique se encontró con la conformación del poder obrero y pequeño-campesino, hay que decir que, a pesar de que Rusia era un país eminentemente campesino, ya a principios del siglo XX presentaba una industria pesada de considerable importancia a nivel europeo. El tejido industrial ruso fue conformado gracias a las inversiones del capital europeo (fundamentalmente del francés y el alemán), contando para ello con el apoyo directo del Estado zarista. Los sectores industriales que más destacaban eran la industria sidero-metalúrgica, la textil, la petrolera y la azucarera.
Cinco fueron las medidas que Lenin propuso instaurar para asegurar el control obrero: la nacionalización de los trusts industriales y comerciales más importantes; el establecimiento de monopolios estatales; la abolición del secreto comercial; la unificación obligatoria de las pequeñas empresas; y, por último, la «regulación del consumo» a través del sistema de racionamiento equitativo y eficaz. En cuanto a las dificultades de ese control obrero, muy pronto se iba a manifestar un problema crucial para la construcción del socialismo: el de la dirección del control obrero por parte del Congreso Central de los Soviets y de su comité ejecutivo, o por parte de los soviets de las fábricas y los comités de talleres. Si el primer elemento tenía un peso desproporcionado, aparecía el peligro de restar participación directa a los obreros en el proceso productivo. Pero, si eran los soviets de fábricas o los comités de talleres los encargados de dirigir el control obrero, este podía entrar en conflicto con la planificación estatal y con cualquier política proletaria destinada a suprimir el carácter capitalista de la producción. No es extraño que Lozovski, portavoz de los sindicatos, declarara durante el debate en el Comité Ejecutivo Central de toda Rusia que «es necesario establecer una reserva, de un modo absolutamente claro y categórico, para que los obreros de cada empresa no saquen la impresión de que esta les pertenece». Al final, esta dualidad pudo resolverse con la planificación democrática de la producción con la construcción del socialismo.
En el caso de la industria, la Revolución bolchevique decretó, aludiendo al control obrero, el 5-18 de diciembre la «regulación planificada de la economía nacional». Para ello, se constituyó el Consejo Superior de Economía Nacional, cuyo propósito era «la organización de la actividad económica de la nación y de los recursos financieros del gobierno».
En el folleto «¿Conservarán los bolcheviques el poder del Estado?», Lenin había declarado que «la dificultad principal de la revolución proletaria estriba en la realización a escala nacional de la contabilidad más escrupulosa y el control más preciso, del control obrero, sobre la producción y distribución de los productos». Dejando a un lado ahora el aspecto marcadamente economicista del planteamiento de Lenin (que luego pasaremos por el rodillo de la crítica en el último epígrafe), el análisis del líder revolucionario refleja a la perfección el problema de contar con equipos de técnicos y contables que supiesen organizar y planificar la producción. Teniendo en cuenta el atraso del proletariado ruso, esta carencia fue uno de los factores que propició el aumento de la importancia de antiguos técnicos y gerentes vinculados al aparato zarista y a los antiguos propietarios de fábricas. En este sentido, tras el breve periodo de «comunismo de guerra» en la industria (que, obviamente, fue menos intenso que en el campo), la NEP propició que muchos antiguos patronos y gerentes continuaran haciendo funcionar sus empresas bajo el control del Estado proletario.
Así, tras la producción industrial desorganizada del «comunismo de guerra», el poder soviético colaboró con algunos patronos que tenían la intención de tomar una producción metódica y ordenada. Según recoge la Gran Enciclopedia Soviética, tanto en el Comité Económico del Soviet de Moscú como en el primer Consejo de la Economía Nacional de Jarkov, hubo representantes directos de los patronos. De hecho, V. P. Miliutin declaró que el 70% de las nacionalizaciones de este periodo se debieron a que los patronos rechazaban el control obrero o declaraban directamente lock-outs patronales. En todo caso, nuevamente el atraso de la economía rusa coadyuvó en la necesidad temporal de contar con elementos capitalistas fiscalizados por el Estado proletario.
Sobre el comercio y la distribución, hay que decir que en la Rusia zarista estos sectores estaban aún poco desarrollados, al menos en comparación con los países de Europa occidental. Una de las primeras medidas económicas que tomó el poder proletario fue decretar el monopolio sobre el comercio exterior. Así, el Consejo Supremo de Economía Nacional estableció, el 5-18 de diciembre de 1917, los principios de controles de exportación e importación. Más adelante (a finales de diciembre de 1918), el Consejo de Comisarios del Pueblo prohibió la posibilidad de exportar o importar sin contar con licencias. Pero, si bien el comercio exterior fue completamente nacionalizado, teniendo en cuenta que una buena parte de la producción y la distribución de mercancías dependía aún del capital privado, el Estado soviético necesitaba contar todavía con las cooperativas y empresas privadas, que operaban a base de comisiones.
El primer gran debate sobre la naturaleza del comercio en la Rusia soviética se produjo en el primer Congreso de Consejos de Economía Nacional de toda Rusia, en mayo de 1918. En este congreso se plantearon dos dificultades esenciales sobre el comercio y el cambio entre la ciudad y el campo. Por un lado, existía el problema de la quiebra del aparato de distribución originada por la desaparición de algunos de los encargados que habían administrado el comercio de la Rusia autocrática. Por otro lado, había una evidente dificultad monetaria, según la cual los precios oficiales determinados por el Estado para productos como el grano quedaban desenfocados por una inflación provocada por la emisión creciente de papel moneda.
El factor determinante que propició el cambio de rumbo abierto por la NEP, en el campo del comercio y la distribución, fue la compleja e ineficaz organización de la primera distribución por parte del poder soviético. El Estado se encontró muy pronto con que apenas tenía existencias disponibles de los productos básicos que quería administrar y controlar, por lo que estos pronto comenzaron a escasear de forma muy preocupante en las ciudades. Lenin comprendió desde el principio que, ya que el mercado controlado por capitalistas privados era el único realmente desarrollado, el Estado tenía que activar de nuevo el flujo de mercancías para abastecer a las ciudades. El instrumento fundamental para llevar a cabo este propósito fue el de las cooperativas de consumo, que se transformaron en herramientas fundamentales de la política soviética de distribución.
Por último, sobre las finanzas cabe decir que la Rusia autocrática ya contaba con una banca suficientemente desarrollada, en gran medida animada por las inversiones de capitales franco-alemanas y fortalecida por el apoyo del Estado. Básicamente, los comunistas del Estado ruso basaron su política financiera con anterioridad a la Revolución de Octubre en la nacionalización de la banca y la anulación de las deudas del viejo Estado.
La importancia económica que la banca tenía para Lenin se demuestra en el análisis que el mismo hizo sobre las causas de la derrota de la Comuna de París. Según el líder bolchevique, uno de los factores que precipitaron el fracaso de la primera experiencia de poder proletario tuvo que ver con el hecho de que los revolucionarios no se apoderaran de los grandes bancos. El mismo Lenin declaró:
            «Sin los grandes bancos el socialismo sería irrealizable. Los grandes bancos son «el aparato estatal» que nos es necesario para la realización del socialismo y que tomamos del capitalismo ya hecho… Un único banco estatal (lo mayor posible) con una rama en cada distrito, en cada fábrica, constituye ya las nueve décimas partes de una organización socialista». Obras completas,tomo 21, p. 260.
Si bien fueron considerables los problemas a los que tuvo que hacer frente el recién creado Estado soviético en materia financiera, la política financiera planteó menos problemas futuros para la construcción del socialismo que la relativa a la agricultura o la industria. En cualquier caso, pronto el nuevo poder soviético aprendió, en base a su corta pero compleja experiencia económica, a administrar de forma discrecional el nivel de oferta monetaria y la política a seguir para reactivar la economía de toda la Unión.
Lenin y el capitalismo de Estado proletario
El capitalismo de Estado es un concepto fundamental para el marxismo-leninismo. Ya explicamos en el primer epígrafe el sentido que Lenin dio al capitalismo monopolista de Estado. Lo que es sin duda infinitamente más desconocido, no solo para el «público» en general sino para el grueso de los comunistas, es el análisis que el revolucionario ruso acometió en relación al capitalismo de Estado y el nuevo Estado proletario.
Lenin entendió que el capitalismo de Estado en la Rusia soviética era un aliado, temporal pero imprescindible, en la construcción del nuevo orden económico socialista. A diferencia del capitalismo de Estado que existía en los países en los que el poder residía en la burguesía, el nuevo capitalismo de Estado que se desarrolló en la República Socialista Federal Soviética de Rusia debía consistir, temporalmente y hasta que las condiciones económicas permitieran prescindir de tal «alianza», en un sistema que permitiese a determinados capitalistas poseer y gestionar sus empresas, aunque siempre bajo la supervisión y la planificación general del Estado obrero vía Consejo Superior de Economía Nacional.     
Este punto, debido al desconocimiento general que existe sobre el asunto en el seno de la vanguardia comunista, debe ir necesariamente acompañado de una mayor cantidad de citas explicativas sobre la cuestión, pues no existe nadie mejor que el mismo Lenin para explicar un asunto de extraordinaria complejidad y relevancia para la primeriza Rusia soviética. (La negrita que aparece en determinados fragmentos es nuestra, precisamente para remarcar los elementos más destacados de la compleja teoría de Lenin sobre el capitalismo de Estado en el marco del nuevo poder soviético.)
Lo primero que hizo Lenin fue plantear abiertamente la cuestión al resto de camaradas y al conjunto de las masas trabajadoras del Estado soviético:
            «El capitalismo de Estado, tal como lo hemos implantado en nuestro país, es un capitalismo de Estado peculiar. No corresponde al concepto habitual del capitalismo de Estado. Tenemos en nuestras manos todos los puestos de mando, tenemos en nuestras manos la tierra, que pertenece al Estado. Esto es muy importante, aunque nuestros enemigos presentan la cosa como si no significara nada. No es cierto. El hecho de que la tierra pertenezca al Estado tiene extraordinaria importancia y, además, gran sentido práctico en el aspecto económico. Esto lo hemos logrado, y debo manifestar que toda nuestra actividad ulterior debe desarrollarse solo dentro de ese marco. Hemos conseguido ya que nuestros campesinos estén satisfechos y que la industria y el comercio se reanimen. He dicho antes que nuestro capitalismo de Estado se diferencia del capitalismo de Estado, comprendido literalmente, en que el Estado proletario tiene en sus manos no solo la tierra, sino también las ramas más importantes de la industria. Ante todo, hemos entregado en arriendo solo cierta parte de la industria pequeña y media; todo lo demás queda en nuestras manos. Por lo que se refiere al comercio, quiero destacar aún que tratamos de crear, y estamos creando ya, sociedades mixtas, es decir, sociedades en las que una parte del capital pertenece a capitalistas privados -por cierto, extranjeros- y la otra parte nos pertenece a nosotros. Primero, de esa manera aprendemos a comerciar, cosa que nos hace mucha falta, y, segundo, tenemos siempre la posibilidad de cerrar esas sociedades, si así lo creemos necesario. De modo que, por decirlo así, no arriesgamos nada. En cambio, aprendemos del capitalista privado y observamos cómo podemos elevarnos y qué errores cometemos. Me parece que puedo limitarme a cuanto queda dicho».
(«Cinco años de la revolución rusa y perspectivas de la revolución mundial. Informe pronunciado ante el IV Congreso de la Internacional Comunista, el 13 de noviembre de 1922»,Pravda, número 258, 15 de noviembre de 1922. Obras completas, tomo 40, pp. 296-7).
Como podemos ver, Lenin aclara que el capitalismo de Estado de la Rusia soviética de la época es un capitalismo de Estado «peculiar». Y lo es porque ese capitalismo no se desarrolla, como en cualquier país en el que la burguesía tiene el poder, sin el control directo de los proletarios organizados en su nuevo Estado. En cuanto al aspecto del comercio al que alude el revolucionario ruso, deja muy claro que en la Rusia bolchevique existen en ese momento las «sociedades mixtas». Esto explica lo que ya comentamos en el epígrafe anterior: ante la debilidad y el atraso de las fuerzas productivas rusas, el Estado proletario se ve impelido a determinadas concesiones para con capitalistas privados (sobre todo -aunque no solo, como dice Lenin- extranjeros).
En sus Obras completas, tomo 22, p. 487, podemos leer lo siguiente:
            «Hasta que la vanguardia de los obreros aprenda a manejar decenas de millones, no serán aún socialistas ni creadores de la sociedad socialista y no adquirirán la necesaria experiencia de organización. El camino hacia esta es largo, y las tareas de la construcción socialista exigen un trabajo persistente y prolongado y la correspondiente experiencia de que carecemos aún en gran medida. Incluso la generación que nos sigue inmediatamente, mejor desarrollada que nosotros, apenas podrá llevar a efecto la plena transición al socialismo».
Si bien Lenin vuelve a reducir la cuestión de la construcción del socialismo al aspecto puramente organizativo, técnico o administrativo, el maestro bolchevique vuelve a demostrar y a dejar claro al Partido y al conjunto de las masas laboriosas de Rusia que el socialismo no puede construirse «por decreto» en un país en que las fuerzas productivas aún están insuficientemente desarrolladas. Anteriormente a esta cita, Vladimir Ilich Ulianov ya había declarado cuál era el trasfondo del asunto:
            «No se trata aquí del capitalismo de Estado en pugna contra el socialismo, sino de la pequeña burguesía más el capitalismo comercial privado, luchando juntos como un solo hombre contra el capitalismo de Estado y contra el socialismo». Obras completas, tomo 22, p. 481.
Profundizando aún más en la cuestión, Lenin vuelve a declarar en el mismo escrito:
            «A juicio mío, no ha habido una sola persona que, al ocuparse de la economía de Rusia, haya negado el carácter transitorio de esa economía.Ningún economista ha negado tampoco, a mi parecer, que la expresión República Socialista Soviética significa la decisión del Poder soviético de llevar a cabo la transición al socialismo; mas en modo alguno el reconocimiento de que el nuevo régimen económico es socialista».
En primer lugar, para el proletariado soviético de la época, que ya ha destrozado la máquina estatal burguesa y ha levantado su propio instrumento de opresión sobre los explotadores, no se trata de luchar contra el capitalismo de Estado, sino de desbrozar el camino para el desarrollo de las fuerzas productivas contra los obstáculos que ponen en el camino la pequeña burguesía y el capitalismo comercial privado. En segundo lugar, Lenin deja nuevamente muy clara su particular interpretación según la cual, en las condiciones peculiares socio-económicas de la Rusia revolucionaria, la transición no es del capitalismo al comunismo, sino del capitalismo al socialismo (entendiendo erróneamente que hay un modo de producción específico y distinto del capitalista o el comunista) bajo el manto del nuevo Estado de los obreros y pequeños campesinos:
                «No «implantación» del socialismo como nuestra tarea inmediata, sino pasar únicamente a la instauración inmediata del control de la producción social y de la distribución de los productos por los Soviets de diputados obreros». Extraído de «Las tareas del proletariado en la presente revolución».
Prosiguiendo con el análisis del revolucionario ruso, en «Cinco años de la revolución rusa y perspectivas de la revolución mundial. Informe pronunciado ante el IV Congreso de la Internacional Comunista, el 13 de noviembre de 1922», Pravda, número 258, 15 de noviembre de 1922 (Obras completas, tomo 40, pp. 296-7), Lenin vuelve a reflexionar sobre la cuestión de la forma tan incisiva que le caracterizaba:
                «Así pues, en 1918 yo sostenía la opinión de que el capitalismo de Estado constituía un paso adelante en comparación con la situación económica existente entonces en la República Soviética. Eso parecerá muy raro, y puede que hasta absurdo, pues nuestra República era ya entonces una República socialista; entonces adoptábamos cada día con el mayor apresuramiento -quizás con un apresuramiento excesivo- diversas medidas económicas nuevas, que no podían calificarse más de que de medidas socialistas. Y, sin embargo, pensaba que el capitalismo de Estado suponía un paso adelante comparado con aquella situación económica de la República Soviética y explicaba más adelante esta idea, enumerando simplemente los elementos del régimen económico de Rusia. Estos elementos era, a mi juicio, los siguientes; «1) la forma patriarcal de agricultura, es decir, la más primitiva; 2) la pequeña producción mercantil (en ella se incluye la mayoría de los campesinos que venden cereales); 3) el capitalismo privado; 4) el capitalismo de Estado, y 5) el socialismo». Todos estos elementos existían a la sazón en Rusia. Entonces me planteé la tarea de explicar las relaciones que existían entre esos elementos y si no sería oportuno considerar que uno de los elementos no socialistas, a saber, el capitalismo de Estado, es superior al socialismo. Repito: a todos les parece muy raro que un elemento no socialista sea apreciado en más y considerado superior al socialismo en una república que se proclama socialista. Pero comprenderán la cuestión si recuerdan que nosotros no considerábamos, ni mucho menos, el régimen económico de Rusia como algo homogéneo y altamente desarrollado, sino que teníamos plena conciencia de que, al lado de la forma socialista, existía en Rusia la agricultura patriarcal, es decir, la forma más primitiva de agricultura. ¿Qué papel podía desempeñar el capitalismo de Estado en semejante situación?
Luego me preguntaba: ¿cuál de estos elementos es el predominante? Es claro que en un ambiente pequeñoburgués el elemento pequeñoburgués. Comprendía que este elemento era el predominante; era imposible pensar de otro modo. La pregunta que me hice entonces (se trataba de una polémica especial que no guarda relación con el problema presente) fue esta: ¿qué actitud adoptamos ante el capitalismo de Estado? Y me respondía: el capitalismo de Estado, aunque no es una forma socialista, sería para nosotros y para Rusia una forma más ventajosa que la presente. ¿Qué significa esto? Significa que nosotros no sobrestimábamos ni las formas embrionarias ni los principios de la economía socialista, a pesar de que habíamos hecho ya la revolución social; por el contrario, entonces reconocíamos ya, en cierto modo: sí, habría sido mejor implantar antes el capitalismo de Estado y después, el socialismo.
Debo subrayar particularmente este aspecto de la cuestión porque considero que solo partiendo de él es posible, primero, explicar qué representa la actual política económica y, segundo, sacar de ello deducciones prácticas muy importantes también para la Internacional Comunista».
Vemos que el capitalismo de Estado en el marco del poder proletario es, para Lenin, un paso adelante en comparación con la situación económica existente en la Rusia de la época. Es más, aunque el capitalismo de Estado no es una «forma socialista», representa para el proletariado y el pequeño campesinado de Rusia una forma más ventajosa que el atraso de la economía soviética. Por último, Vladimir Ilich Ulianov, con la vocación internacionalista que siempre le caracterizó hasta el fin de sus días, termina extrayendo una lección de vital importancia para el Movimiento Comunista Internacional y, en concreto, para aquellos países en que el insuficiente desarrollo de las fuerzas productivas obligue al proletariado a implementar una línea similar a la soviética con respecto al capitalismo de Estado proletario.
Profundizando aún más en la cuestión, el líder bolchevique vuelve a argumentar:
                «La libertad de comercio implica libertad para el capitalismo, pero, a la vez, una nueva forma del mismo. Y lo hacemos sin ningún rebozo. Se trata del capitalismo de Estado. Ahora bien, el capitalismo de Estado en una sociedad en la que el poder pertenece al capital y el capitalismo de Estado en un Estado proletario son dos conceptos distintos. En un Estado capitalista, el capitalismo de Estado significa que es reconocido y controlado por el Estado en beneficio de la burguesía y contra el proletariado. En el Estado proletario se hace eso mismo en beneficio de la clase obrera con el fin de mantenernos frente a la burguesía, todavía fuerte, y combatirla. De suyo se comprende que debemos otorgar concesiones a la burguesía extranjera, al capital extranjero. Sin la menor desnacionalización entregamos minas, bosques y yacimientos de petróleo a capitalistas extranjeros para recibir de ellos artículos industriales, máquinas, etc., y, por lo tanto, restablecer nuestra propia industria.
Como es natural, en la cuestión del capitalismo de Estado no todos hemos tenido el mismo criterio desde el primer momento. Pero a este respecto hemos podido comprobar con gran alegría que nuestros campesinos se desarrollan, que han comprendido plenamente el significado histórico de la lucha que estamos desplegando en estos momentos. Campesinos muy sencillos de los lugares más remotos han llegado hasta nosotros y nos han dicho: «¿Cómo? ¿Hemos arrojado a nuestros capitalistas, que hablan en ruso, para que ahora vengan capitalistas extranjeros?». ¿Acaso esto no indica el desarrollo que han alcanzado nuestros campesinos? A un obrero orientado en el sentido económico no es preciso explicarle por qué esto es necesario. Estamos tan arruinados por los siete años de guerra que el restablecimiento de nuestra industria requiere muchos años. Tenemos que pagar por nuestro atraso, por nuestra debilidad, por lo que ahora estamos aprendiendo, por lo que debemos aprender. Quien desea estudiar, debe pagar por la enseñanza. Debemos explicar esto a todos y cada uno, y si lo hacemos ver de una manera práctica, las grandes masas de campesinos y de obreros estarán de acuerdo con nosotros, pues, siguiendo ese camino, mejorará de inmediato su situación, ya que esto permitirá restablecer nuestra industria. ¿Qué nos mueve a hacer esto? No estamos solos en nuestro planeta. Existimos en medio de un sistema de Estados capitalistas… Por un lado, están las colonias, pero no pueden ayudarnos aún; y por otro lado están los países capitalistas, pero son enemigos nuestros. Resulta un cierto equilibrio, claro que muy malo. Pero, con todo, debemos tener en cuenta este hecho. No debemos perder de vista este hecho si queremos subsistir. O victoria inmediata sobre toda la burguesía, o pago de un tributo.
Reconocemos con toda franqueza y no ocultamos que, en el sistema del capitalismo de Estado, el arrendamiento de empresas en régimen de concesión implica un tributo al capitalismo. Pero ganaremos tiempo, y ganar tiempo significa ganarlo todo, sobre todo en una época de equilibrio, cuando nuestro nuestros camaradas del extranjero preparan a fondo su revolución. Y cuanto más a fondo la preparen, más segura será la victoria. Pero, mientras tanto, tendremos que pagar un tributo».
(«Informe sobre la táctica del PC de Rusia. 5 de julio de 1921», Obras completas, tomo 44, p. 34).
Este es sin duda uno de los fragmentos referidos al tema de mayor enjundia de los escritos por el revolucionario. Primeramente, Lenin, sabedor de que introduce en el ámbito del Partido y el Estado soviéticos un concepto inusual y muy audaz en la época (de ahí su alusión a la diversidad de criterios en el seno de la vanguardia bolchevique con respecto a la cuestión), aclara que no es lo mismo el capitalismo de Estado en un Estado proletario que en un Estado burgués. Esto deberían recordarlo hoy todos aquellos revisionistas que, desvirtuando de forma vil las enseñanzas de Lenin, olvidan que el capitalismo de Estado: a) solo debe ser utilizado por el proletariado cuando ha destruido previamente, y de forma completa, el aparato estatal burgués, algo completamente ajeno a las tesis revisionistas sobre la gestión del capitalismo de Estado desde el marco de un Estado burgués; y b) solamente tiene sentido en aquellos países en los que las fuerzas productivas no están desarrolladas de forma suficiente para conformar el nuevo orden económico del socialismo.
Por último, en el último párrafo Lenin reconoce abiertamente que el capitalismo de Estadoproletario es un tributo que el proletariado y el pequeño campesinado deben pagar para garantizar el fortalecimiento del Estado proletario. Finalmente, la reflexión concluye con una exhortación indirecta al Movimiento Comunista Internacional para que acudan en «auxilio» de la Rusia revolucionaria, es decir, para que en los países imperialistas más importantes el proletariado revolucionario construya el socialismo. Esta tesis leniniana, que en nada se parece a la contrarrevolucionaria tesis trotskista de la imposibilidad del triunfo del socialismo en un país o un grupo de países, pone el acento en la necesidad de que la Revolución estalle en Francia, Gran Bretaña o Alemania para que la Rusia soviética pueda avanzar más rápido en lo que Lenin interpreta como tránsito al socialismo. Así, en su «Informe sobre la sustitución del sistema de contingentación por el impuesto en especie. 15 de marzo de 1921» (Obras completas, tomo 47, pp. 67-69), Lenin sostiene:
                «[...] Mientras no estalle la revolución en otros países, deberemos ir saliendo del presente estado en unos cuantos decenios[...] Pero no es posible sostener el poder proletario en un país increíblemente arruinado, con un gigantesco predominio de los campesinos igualmente arruinados, sin ayuda del capital, por la que, lógicamente, cobrará intereses desorbitados [...] dado que la revolución internacional se retarda, no será posible -no lo será desde el punto de vista económico- sostener en Rusia el poder del proletariado. Esto hay que comprenderlo con claridad y, en modo alguno, temer hablar de ello».
En definitiva, Lenin legó unas enseñanzas muy valiosas para el conjunto del proletariado y el movimiento revolucionario internacional en una cuestión que -repetimos- ha sido y sigue siendo desconocida y/o tergiversada por la mayoría de comunistas en la actualidad. La realidad del capitalismo de Estado proletario que obligó a teorizar a Lenin de una forma profunda y arriesgada, no es algo que los revolucionarios pudieran elegir o desechar como si fuera un producto del supermercado (esta era la visión infantil y reduccionista del izquierdismo de la Rusia soviética con sus «oposiciones obreras» y sus «grupos de trabajadores»). Al contrario, era una realidad ineludible para el Estado revolucionario sobre la que se debía hilar muy fino para no errar en el camino al socialismo. Por tanto, se comprende que Lenin, en 1922, hablara de una situación «sin precedentes» en la historia revolucionaria del proletariado hasta la fecha:
                «Es una situación sin precedentes en la historia: el proletariado, la vanguardia revolucionaria, tiene poder político absolutamente suficiente, y a su lado existe el capitalismo de Estado. El quid de la cuestión consiste en que nosotros comprendamos que este es el capitalismo que podemos y debemos admitir, que podemos y debemos encajar en un marco, ya que este capitalismo es necesario para la extensa masa campesina y para el capital privado, el cual debe comerciar de manera que satisfaga las necesidades de los campesinos».
3
Epílogo: sobre desarrollo de fuerzas productivas, ideología revolucionaria y revisionismo
Para investigar a fondo las fuerzas motrices y las causas que provocaron el origen y el  desarrollo del revisionismo en la URSS, consideramos fundamental el trabajo que previamente hemos realizado sobre las bases materiales en que surgieron la teoría revolucionaria del proletariado de Rusia y la línea del Partido Comunista de toda la Unión (Bolchevique). Pero es imprescindible penetrar aún más con el bisturí del materialismo histórico, y seguir profundizando en el fenómeno que más importancia reviste para el devenir del Movimiento Comunista Internacional: el del triunfo del revisionismo en el seno del primer Estado proletario del mundo y, como consecuencia de esto, en el conjunto del movimiento revolucionario internacional.
Desde Revolución o Barbarie consideramos que los análisis y estudios más importantes sobre el extinto ciclo de Octubre están aún por hacer. No somos ni nos consideramos pioneros en el trabajo teórico de estudio de nuestro movimiento, del materialismo histórico aplicado a los propios comunistas y nuestra historia (pues ya otros camaradas iniciaron esta tarea en el Estado español, como el Partido Comunista Revolucionario del Estado español, el Colectivo Fénix, la Juventud Comunista de Zamora, el MAI o, más recientemente, los camaradas agrupados en torno al espacio Revolución Proletaria), pero sí entendemos que uno de los pilares más importantes de nuestra labor de lucha ideológica es el del trazado profundo y pormenorizado de la crítica marxista a la primera y más importante experiencia política y social del proletariado revolucionario, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Ya hemos analizado el contexto social y económico en que el Estado proletario se construye en territorio soviético. Hemos visto cómo las condiciones sociales y económicas de atraso relativo de la Rusia zarista condicionaron en buena medida el desarrollo del movimiento comunista de Rusia, del bolchevismo. Si no partiéramos de estas bases, nuestro análisis resultaría erróneo e incompleto, precisamente por no estudiar los fenómenos históricos y políticos teniendo como variables fundamentales el desarrollo del modo de producción imperante y las pugnas entre clases. Pero esto no basta, por eso es fundamental acometer también el estudio histórico de las pugnas entre líneas que se dieron en la República soviética. Por este motivo hemos considerado que los dos vectores fundamentales para entender el origen del revisionismo en la URSS tienen que ver con el desarrollo de las fuerzas productivas en la Rusia capitalista y la forma en que penetra y se desarrolla la teoría revolucionaria en el seno de la vanguardia comunista de Rusia.
El desarrollo del marxismo en Rusia estuvo determinado básicamente por dos variables de orden socio-económico e ideológico. En el orden social y económico, como ya hemos analizado previamente, el movimiento comunista tuvo que hacer frente a dos problemas interrelacionados. En primer lugar, construyó su armazón teórico con la lectura del pensamiento revolucionario de Marx y Engels aplicado a las peculiares condiciones rusas. En segundo lugar, los revolucionarios del antiguo Imperio ruso, con el genio político de Lenin como punta de lanza, tuvieron que emprender la construcción del socialismo en un país de mayoría abrumadoramente campesina y con un atraso social importante con respecto a los países de Europa occidental. En este sentido, Lenin dejó claro muy pronto a todos sus camaradas y al conjunto del proletariado de Rusia que, en ese país, la Revolución proletaria era más fácil de organizar, pero, al mismo tiempo, la construcción del socialismo era una tarea mucho más compleja y laboriosa, debido fundamentalmente al insuficiente desarrollo de las fuerzas productivas rusas.
En cuanto a las variables ideológicas que condicionaron el desarrollo de la teoría revolucionaria en Rusia, antes de nada hay que tener en cuenta que el marxismo no es un compartimento estanco, no es un producto teórico revolucionario aislado de la sociedad de clases en que se inserta, sino que en su seno se reproducen, a escala teórica, las divisiones y contradicciones que corroen a la sociedad burguesa en su infraestructura. El marxismo, aunque es la única praxis revolucionaria y su teoría la única realmente interesada en entender el mundo para transformarlo, alberga en su seno también las condiciones para su desnaturalización, pues la línea revolucionaria y la línea oportunista (la de la burguesía infiltrada en el movimiento obrero) pugnan constantemente por imponerse la una sobre la otra. De hecho, hasta que no se realiza plenamente el socialismo, es decir, hasta que no se implanta el comunismo y se extingue toda forma de dominación de unos seres humanos sobre otros, la teoría revolucionaria del proletariado es siempre susceptible de ser contagiada por el virus del revisionismo, la ideología burguesa disfrazada de proletaria que no desaparece definitivamente hasta que no desaparecen de manera efectiva las clases sociales.
Dicho esto, el nefasto legado del revisionista Kautsky creó un marco que, de forma inconsciente y por las limitaciones inevitables del ciclo revolucionario de Octubre, fue utilizado también por el marxismo en Rusia. Recordemos que el nervio fundamental del marxismokautskiano fue el determinismo economicista, una interpretación rígida y mecánica del marxismo completamente ajena al materialismo dialéctico. Kautksy sobrestimaba el papel que Marx y Engels concedieron al desarrollo de las fuerzas productivas, pervirtiendo la teoría revolucionaria marxista (que afirmaba que, sin acción revolucionaria consciente, el socialismo jamás llegaría) e ignorando la idea de la Revolución como un salto cualitativo, como una ruptura radical con el aparato de dominación burgués.
Es indudable que el aparato teórico kautskiano fue criticado y refutado por Lenin de manera brillante en diversos escritos (teniendo su punto culminante en la obra La revolución proletaria y el renegado Kautsky), pero el revolucionario ruso en particular y el bolchevismo en general no fueron completamente ajenos al influjo del revisionismo kautskiano. Recordemos que la tendencia bolchevique creció en el seno del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso, un partido adherido a la II Internacional kaustkiana. El gran acierto del bolchevismo, que formaliza su separación con el kautskismo ruso en 1905, fue liquidar los presupuestos básicos del evolucionismo determinista, rompiendo tanto con el economicismo como con el menchevismo. Lenin fue el primer gran revolucionario de la época del imperialismo que, siguiendo a Marx y Engels, fue capaz de volar en mil pedazos el mito kautskiano de la estatalización de los medios de producción como sinónimo de socialismo. Y es que el revolucionario ruso supo entender de forma correcta que las relaciones de producción no se reducen a la titularidad jurídica de los medios de producción.
Sin embargo, el mismo Lenin adoleció de errores en su línea que tenían que ver tanto con el desarrollo insuficiente de las fuerzas productivas rusas como con la línea revisionista que en cierta medida heredó de Kautsky. Si bien Engels ya alertó sobre el hecho de que, mientras persistiera la división social del trabajo, la estructura de la sociedad seguiría siendo clasista, Lenin no fue totalmente ajeno al determinismo economicista y desarrolló posiciones que hacían determinadas concesiones al análisis kaustkiano. En El Estado y la revolución, Lenin dio a entender que la desaparición de la división social del trabajo se produciría gracias al desarrollo de las fuerzas productivas. Esto provocó que el líder revolucionario sobrevalorara el papel de las fuerzas productivas, del aspecto técnico, en detrimento del desarrollo de la teoría revolucionaria y de la hegemonía de la ideología proletaria en constante crítica y superación del revisionismo, una amenaza siempre latente en el seno del movimiento obrero y comunista de cualquier país que ha iniciado la senda del comunismo.
Cuando la República Soviética Federal Socialista Rusa aún no había dado paso a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, Lenin popularizó su famosa ecuación «Soviets+Electrificación=Socialismo». Esta célebre identidad leniniana es el mejor exponente de la complejidad de la construcción del socialismo en la URSS y la influencia del revisionismo en la teoría revolucionaria.
Por un lado, ya hemos visto cómo Lenin fue pionero en su país y en el mundo al demostrar que, en un país atrasado, las relaciones sociales capitalistas podían seguir existiendo a pesar de la dirección y la guía del Estado proletario. El capitalismo de Estado en un Estado proletario ejemplificaba a la perfección las dificultades objetivas con que debía contar irremediablemente el proletariado en su obra revolucionaria. Es más, si bien anteriormente Lenin había hablado, siguiendo los pasos de Marx, de una transición del capitalismo al comunismo, ahora era consciente de que también era posible que el Estado proletario evolucionara del capitalismo al socialismo. Y es que en un país donde era necesario un desarrollo formidable de las fuerzas productivas desde el punto de vista capitalista, el Estado no podía ser socialista aunque existiera el nuevo poder proletario. El revolucionario ruso también insistió mucho en la idea de que no se puede socializar una economía que en buena medida está compuesta por pequeñas empresas y campesinado pobre. En este sentido, la electrificación y el desarrollo económico capitalista (bajo el control del Estado obrero) eran elementos indispensables para lograr la construcción de una nueva economía fundada sobre bases socialistas.
Pero, por otro lado, y ello a pesar de que la identidad de Lenin incluía en su primer miembro a los Soviets, la mayor parte de los trabajos teóricos y del esfuerzo político de Lenin en ese periodo estuvieron centrados en el aspecto económico, en la cuestión del necesario desarrollo  de las fuerzas productivas, provocando de esta manera una infravaloración del elemento consciente y del papel activo de las masas explotadas en su rol histórico de revolucionar las relaciones sociales. Esto no fue un error que Lenin pudiera prever y evitar, pues el Estado revolucionario del proletariado y el campesinado pobre de Rusia se levantó en un momento en que las premisas ideológicas y políticas del movimiento comunista tenían limitaciones inevitables. Estas limitaciones tenían como base la falta de experiencia a la hora de construir el nuevo poder proletario, además de las condiciones de atraso y cerco en que se implantó el socialismo en la URSS.
En todo caso, lo que parece claro al analizar de forma científica las relaciones entre fuerzas productivas, revisionismo y teoría revolucionaria en la Rusia autocrática y revolucionaria, es que el Estado proletario y el socialismo no fueron liquidados en Rusia por obra y gracia de una camarilla revisionista que, de la noche a la mañana y sin estar inserta en una línea política y unas relaciones de producción determinadas, se apoderó del Estado soviético y lo destruyó desde sus entrañas. Esta explicación es superficial y ajena al materialismo histórico, por cuanto se limita a señalar con el dedo a los elementos revisionistas del Partido y el Estado soviéticos, sin entrar a analizar el trasfondo social, económico, político e ideológico que posibilitó el crecimiento y la victoria definitiva de la línea revisionista sobre el Movimiento Comunista Internacional en general y el Estado soviético en particular.
Hasta la fecha, las dos grandes revoluciones del siglo XX (la soviética y la china) han sacudido los cimientos de países capitalistas con un nivel de atraso social y económico importante. Esto es lógico, teniendo en cuenta la visión leniniana sobre la teoría del eslabón más débil de la cadena imperialista. Pero también es cierto que este hecho del atraso semifeudal ruso y chino, que supuso una gran ventaja para organizar las dos grandes ondas expansivas de la Revolución proletaria internacional, sentó las bases materiales para el debilitamiento progresivo de ambas revoluciones.
En este sentido, la Revolución bolchevique, con Lenin a la cabeza, fue pionera en el tratamiento y desarrollo de un capitalismo de Estado pilotado por el proletariado, que supuso un elemento indispensable para la construcción del socialismo en un país pequeñoburgués y semifeudal como la Rusia autocrática, pero que al mismo tiempo abonó el terreno para el surgimiento y la proliferación de una serie de elementos, tanto en el interior del Partido como del Estado, los cuales, habiendo tenido la oportunidad de manifestar su poder en el breve pero importante periodo de la NEP (fase de retirada, como la definió Lenin, imprescindible para reactivar la economía y asegurar la vital alianza entre el proletariado y el campesinado pobre), llegaron a tener un papel preponderante tras la llegada de Jhruschov a la dirección de la URSS, provocando una simbiosis estrecha entre gerentes de empresas estatales y dirigentes revisionistas del Partido y el Estado; simbiosis que, como hemos comentado más arriba, tuvo su fase embrionaria durante el periodo de la NEP y que supuso, de hecho, la definitiva liquidación del socialismo y la restauración del capitalismo en la sociedad soviética.
Lenin mismo había advertido de este peligro al criticar duramente el funcionamiento primigenio del aparato estatal soviético, que era, en gran medida, el del Estado zarista pero bañado en rojo. Entre otras cosas, el atraso de la sociedad rusa se manifestó en la carencia importante de obreros formados en las tareas de gestión de empresas y control del Estado, lo que supuso que muy pronto se hicieran concesiones a algunos antiguos gerentes y capitalistas. Es verdad que la influencia de estos elementos desapareció a medida que se sentaron las bases para la construcción del socialismo a mediados de los 20, pero este factor demostró lo que ya el líder bolchevique había sostenido en ese periodo: que en Rusia, por ser un país atrasado, era mucho más fácil organizar la Revolución que en Alemania o Francia; pero que, al mismo tiempo, la obra de construcción del socialismo debía ser necesariamente más laboriosa y con más peligros por esa situación de atraso.
En última instancia, el error fundamental -fruto de las limitaciones objetivas y subjetivas que hemos señalado previamente- del movimiento comunista de la época de Lenin y Stalin, tuvo que ver con una concepción revolucionaria que no fue consciente de la necesidad de mantener una lucha tenaz y constante entre la línea revolucionaria y la línea burguesa en el seno del mismo movimiento comunista. Las limitaciones de las que el revolucionario ruso no pudo desprenderse en su cosmovisión revolucionaria tomaron nuevo cuerpo, amplificadas y adaptadas a la nueva época de consolidación del socialismo en la URSS, en el desarrollo teórico de la obra de Stalin, quien consagró el principio revisionista y extraño al marxismo de la existencia de clases sociales no antagónicas y de división social del trabajo sin existencia de sociedad clasista. Esta línea errada fue la que, tras el triunfo definitivo del revisionismo sobre la vanguardia comunista de la URSS, fagocitó por completo el espíritu revolucionario del marxismo-leninismo y lo manoseó de forma vil para justificar la coexistencia pacífica con el imperialismo, la restauración del capitalismo de la mano de la burguesía burocrática y la defunción de toda visión revolucionaria sobre la abolición de la sociedad de clases y la extinción del Estado proletario.