“[Debemos] oponernos al punto de vista puramente militar y a la mentalidad de ‘insurrectos errantes’, y reconocer que el Ejército Rojo es propagandista y organizador de la revolución china.” | Mao, Problemas estratégicos de la guerra revolucionaria de China (1936)
A fines de la década de 1960, con mucho estruendo fue lanzado el libro de Régis Debray “Revolución en la revolución” en el que sin temor al ridículo se presentaba una “tercer vía” para conquistar el poder que todos los marxistas habían fracasado en percibir hasta ese momento.
Si bien es cierto que el libro de Debray no tuvo nunca un influencia real en el movimiento obrero (a pesar de que fue bien recibido por los círculos académicos, cajas de resonancia de la opinión dominante), muchos de los denominados partidos guevaristas que surgieron tras la revolución cubana siguieron en la práctica -quizá sin saberlo- al pie de la letra las “enseñanzas” del francés Debray.
La teoría del foco (o el “foquismo”, como se la suele conocer) de Debray revisa radicalmente la teoría marxista-leninista en cada uno de sus principios esenciales; sustituye la hegemonía y la disciplina proletaria por la hegemonía pequeñoburguesa y las relaciones anárquicas, la clase por los individuos, los partidos proletarios por los “focos” insurreccionalistas de indisciplinados pequeñoburgueses adictos a la espontaneidad, el materialismo histórico por el materialismo mecánico ingenuo, el análisis científico por los deseos, etc.
Para ilustrar un poco esta teoría que no tiene nada en común con el marxismo, ofrecemos a continuación un fragmento del libro “El partido marxista-leninista y el guerrillerismo” del marxista argentino Elias Seman, quien fuera desaparecido por la dictadura militar en 1978.
La historia del excitante y la teoría del partido
Elias Seman
(Diciembre de 1964)
La tesis guerrillerista sostiene la posibilidad de generar condiciones subjetivas de conciencia, organización y dirección revolucionarias mediante la instalación de un foco guerrillero en una zona social y geográficamente apta para su supervivencia. La presencia de un foco de estas características en nuestro país, despertaría condiciones subjetivas en las masas rurales a las que estaría directamente ligada la existencia del foco. El asentamiento del foco guerrillero en una amplia base social campesina, le permitiría irradiar su influjo revolucionario sobre el proletariado industrial.
En resumen, la tesis del foco puede enunciarse así: cuando faltan condiciones subjetivas de conciencia, organización y dirección para iniciar la lucha armada por la toma del poder, el foco guerrillero es capaz de crearlas. El foco guerrillero podría -de acuerdo a esta tesis- erigirse en el dirigente y organizador de la lucha de la clase obrera y el pueblo, estimulando, a través de la lucha armada, el desarrollo de la conciencia revolucionaria.
Un grupo de jóvenes, organizados en un destacamento guerrillero totalmente desvinculados de la clase obrera y demás clases explotadas y de las organizaciones políticas a través de las cuales estas clases se expresan, podría convertirse, de acuerdo a la tesis guerrillerista, en vanguardia armada de las masas. La historia de las clases se dividiría así, profundamente, en dos: antes y después de la aparición del foco guerrillero. Este se injertaría en el proceso de la lucha de clases, dotado de la facultad de modificarlo. Al margen de la historia pasada de la clase obrera y del nivel de conciencia que la resume, el foco inaugura una historia en la que introduce a la clase obrera. Las operaciones guerrilleras realizadas por compañeros revolucionarios en la provincia de Salta, fueron una aplicación de esta tesis -tal cual la hemos expuesto- a nuestra realidad.
En el curso de su historia, la clase obrera ascendió el camino que va desde la lucha espontánea por sus intereses inmediatos a la lucha conciente destinada a derribar la sociedad capitalista. El marxismo, su pensamiento e influencia sobre el movimiento obrero, señalan un momento fundamental en este pasaje del proletariado de clase en sí a clase para sí.
Si Marx aportó principalmente el conocimiento de las leyes objetivas de la sociedad capitalista que conducen a su propia negación, correspondió a Lenin enunciar las leyes subjetivas que rigen el proceso revolucionario, y cuya correcta aplicación permite a la clase obrera arrancar el dominio del Estado a las clases explotadoras y conquistar el poder político.
La teoría marxista leninista ha guiado la lucha mundial contra el capitalismo imperialista. Esta doctrina, que se verificaba como justa en la lucha de la clase obrera, se enriquecía con cada experiencia que hacía más vasto y profundo su contenido.
Uno de los elementos fundamentales que integra la teoría leninista de la revolución, es el que se refiere al carácter del Partido como dirigente de la clase obrera en la lucha por la toma del poder político. El leninismo planteó la imposibilidad de la clase obrera de rebasar, por si misma, los límites de las luchas inmediatas económicas espontáneas contra los capitalistas y que sólo la fusión de la ideología revolucionaria con la clase revolucionaria, era capaz de orientar una acción tendiente a negar al capitalismo como sistema. El leninismo sostuvo que sin la mediación del Partido revolucionario, que sintetiza la experiencia de la clase obrera y las conquistas del pensamiento marxista, el proletariado sólo podía resistir al capitalismo sin trascender sus límites. Y que para derrotar al capitalismo, la lucha de los obreros debía estar guiada por el Partido que elevara la práctica de la clase para enfilarla hacia la toma del poder político y la construcción del socialismo.
La vinculación dialéctica entre el elemento espontáneo y el elemento conciente constituye la esencia de la concepción leninista del Partido. Si el elemento espontáneo es incapaz por sí mismo de transformar la lucha de la clase obrera en lucha revolucionaria, el elemento conciente es impotente para modificar la realidad si desconoce el curso objetivo de la lucha espontánea.
José Stalin expuso así este problema fundamental: “La estrategia política, lo mismo que la táctica política, está relacionada con el movimiento obrero. Pero el movimiento obrero mismo se compone de dos elementos: el objetivo espontáneo y el subjetivo conciente. El elemento objetivo espontáneo es el grupo de procesos que operan independientemente de la voluntad conciente y reguladora del proletariado (…). La estrategia no tiene nada que hacer con estos procesos ya que no puede ni suprimirlos, ni modificarlos; puede únicamente tenerlos en cuenta y partir de ellos (…). Pero el movimiento tiene, además, un aspecto subjetivo, conciente. El aspecto subjetivo del movimiento es el reflejo de los procesos espontáneos del movimiento en el cerebro de los obreros, es el movimiento conciente y metódico del proletariado hacia una meta determinada. El interés de este aspecto del movimiento, para nosotros, reside precisamente en que a diferencia de su aspecto objetivo, depende por entero de la acción orientadora de la estrategia y de la táctica”. [8]
Y definiendo la necesidad del Partido para centralizar la dirección del proceso y unificar “las diversas formas de lucha en un todo único” como requisito fundamental de la victoria, Stalin escribió: “La cuestión de si es necesario o no el Partido del proletariado y su papel. El Partido es la oficialidad y el Estado Mayor del proletariado que dirige todas las formas de lucha del proletariado, en todos los aspectos de la lucha, sin excepción, y que une las diversas formas de lucha en un todo único. Decir que el Partido Comunista es innecesario significa decir que el proletariado debe luchar sin Estado Mayor, sin un núcleo dirigente que estudie de un modo especial las condiciones y elabore los métodos de lucha; significa decir que es mejor combatir sin Estado Mayor que con él, lo cual es estúpido”. (9)
La concepción leninista del Partido aplica el principio marxista de que la existencia determina la conciencia. A su vez, si la situación material de la clase obrera genera su conciencia, el Partido, que es la forma superior en que esta conciencia se objetiva, incide en la modificación de la realidad material. En el curso de la experiencia de la clase obrera, el Partido va profundizando su relación con la clase, hasta convertirse en el destacamento organizado capaz de conducir a la totalidad del proletariado. De este modo, la concepción leninista del Partido supera tanto el objetivismo que reduce la realidad a las condiciones objetivas, como el subjetivismo que sustituye la realidad por el voluntarismo revolucionario.
La tesis foquista es total y absolutamente antagónica con la concepción leninista del Partido. Esta tesis pretende escindir el elemento conciente del elemento espontáneo en el desarrollo de la revolución. No determina el ascenso de la conciencia de la clase obrera a partir de su lucha espontánea, sino a partir de la acción del destacamento guerrillero. El origen de la conciencia de clase del proletariado no radicaría en la experiencia directa de la clase obrera, sino en la experiencia indirecta que le suministraría el foco guerrillero. No sería a través de la experiencia de la lucha de clases, y de la síntesis de esta experiencia por el Partido revolucionario, como el proletariado accede a su conciencia, sino mediante un estímulo acelerador de la lucha de clases representado por la acción guerrillera.
En la etapa de gestación de la teoría leninista de la revolución, encontramos antecedentes que registran una asombrosa semejanza con la aparentemente novedosa y original tesis foquista. Estos antecedentes que reflejaban la desconfianza en la clase obrera y en su capacidad revolucionaria, fueron marcados a fuego por Lenin. La tesis del foco refleja, hoy, aquella desconfianza hacia la clase obrera y su rol histórico que el leninismo denunció.
Criticando la tendencia a desarrollar la violencia al margen de la clase obrera, Lenin la calificó como característica de los “que no saben o no tienen la posibilidad de ligar el trabajo revolucionario al movimiento obrero para formar un todo. A quien haya perdido por completo su fe en esa posibilidad o no la haya tenido nunca, le es realmente difícil encontrar para su sentimiento de indignación y para su energía revolucionaria otra salida que el terror”. (10)
Y frente a los precursores de los que hoy proponen agudizar la lucha de clases injertando ajenos estímulos a su curso real y objetivo, Lenin desarrolló el papel insustituible de la clase obrera y su Partido: “Cabe preguntar si es que existen en la vida rusa tan pocos abusos, que aún faltan medios ‘excitantes’ especiales. Y, por otra parte, si hay quien no es excitable ni siquiera por la arbitrariedad rusa, ¿no es acaso evidente que seguirá contemplando también el duelo entre el gobierno y un puñado de terroristas, sin que nada le importe un comino? Se trata justamente de que las masas obreras se excitan mucho por las infamias de la vida rusa, pero nosotros no sabemos reunir si es posible expresarse de este modo, y concentrar las gotas y arroyuelos de la excitación popular que la vida rusa destila en una cantidad inconmensurablemente mayor de lo que todos nosotros nos figuramos y creemos, y que hay que reunir precisamente en un solo torrente gigantesco”. (11)
La tesis del foco invoca a su favor, la existencia de talismanes técnicos que consagrarían la invencibilidad de la guerrilla y su facultad de convertirse en vanguardia armada de la lucha del pueblo. De acuerdo a esta tesis tendríamos, por una parte, la invulnerabilidad de la guerrilla que aplique las leyes de la guerra revolucionaria en un terreno social y geográficamente favorable y, por la otra, la vulnerabilidad de las masas y de las organizaciones de masas en las ciudades ante la acción de los servicios represivos. Y de aquí deducen los partidarios de la tesis guerrillerista, la necesidad de iniciar y conducir el proceso insurreccional a través del foco guerrillero. Una circunstancia de índole técnica y militar, pasaría a ser la determinante del contenido y la forma de la lucha de clases.
Nosotros entendemos que la clase obrera y su conciencia, son los elementos principales del proceso histórico, y que a esta condición principal debe subordinar una estrategia revolucionaria los aspectos tácticos de carácter técnico y militar. Así por ejemplo, si la técnica militar guerrillera impone la iniciación de la lucha armada en las zonas agrarias, no podemos supeditar a esta consideración táctica la línea estratégica que hace del proletariado la vanguardia de las clases explotadas en la lucha por la toma del poder. No es posible fundar sólo en la excelencia de una técnica militar revolucionaria, el desarrollo de una lucha insurreccional y prescindir de la clase que debe llevar sobre sus espaldas el mayor peso de la revolución.
Lenin contestó en un artículo sobre el aventurerismo revolucionario, la pretensión de obviar las dificultades de la lucha de clases con la infalibilidad de los recursos técnicos: “La teoría de la transferencia de fuerzas se complementa de un modo natural con la teoría de la inaprehensibilidad, teoría que pone patas arriba no solo toda la experiencia del pasado, sino incluso todo lo que dice el sentido común. Que la única ‘esperanza’ de la revolución es ‘la masa’ y que solamente la organización revolucionaria dirigente (de hecho y no de palabra) de esta masa puede luchar contra la policía, constituye el abecé”. (12) Y calificó de “estupidez fabulosa y delirante” la ilusión de salvar la fragilidad de las masas y sus organizaciones ante la acción represiva, por la “inaprehensibilidad” -también invocada como argumento determinante en la tesis del foco- de los terroristas individuales aislados de la masa.
Y expresando cómo se traducía en la estructura organizativa del Partido la subordinación de lo militar a lo político, Lenin escribió: “(…) El incondicional dominio y voto decisivo para la organización proletaria de carácter general, la total subordinación a ésta de todas las organizaciones militares y de choque, la necesidad de constituir estas organizaciones de choque íntegramente con cuadros obreros socialdemócratas partidistas…, todo esto, está fuera de dudas para nosotros”. (13)
Si el leninismo denunció el carácter antiproletario de toda política que buscaba en la violencia aislada de las masas un agente histórico, que no reconocía en la clase obrera y su conciencia, también señaló el deber revolucionario de la vanguardia de los trabajadores de dirigir las luchas violentas que estos libran espontáneamente, y de presidir y guiar la lucha armada por la toma del poder. Comparando el significado opuesto que asume la violencia en función del contenido proletario o no proletario de la política que la promueve, Lenin escribió: “Aquí nos vamos a permitir una pequeña digresión respecto de las acciones guerrilleras de los destacamentos de combate. Nosotros creemos que es erróneo compararlas con el terror de viejo tipo. El terror era el fruto de la venganza contra determinadas personas; era el resultado de la conspiración de grupos intelectuales. No tenía ninguna vinculación alguna con el estado de ánimo de las masas. No se propone la preparación de dirigentes combativos de las masas. El terror era resultado -como así también el síntoma y el compañero- de la falta de fe en la insurrección, de la falta de condiciones para la insurrección”. “(…) las acciones guerrilleras de los destacamentos de combate formados desde hace tiempo por ambas fracciones socialdemócratas en todos los grandes centros o movimientos y que están formadas -fundamentalmente- por obreros, se hallan ligadas, sin duda alguna, y del modo más estrecho y más directo, con el estado de ánimo de las masas”. (14)
Lenin, que negó el papel de la violencia como sustituto de la conciencia de masas, sostuvo, claramente, la responsabilidad de la vanguardia obrera de encabezar las acciones de guerrillas urbanas surgidas como forma de lucha de la clase obrera rusa: “La lucha guerrillera es una forma de lucha inevitable en tiempos en que el movimiento de masas ha llegado ya, de hecho, hasta la misma insurrección, y en que se abren intervalos más o menos grandes, entre las ‘grandes batallas’ de la guerra civil”. (15)
Y destacando la necesidad de desarrollar el trabajo revolucionario, para construir una política igualmente alejada del aventurerismo de la violencia ajena a las masas -reiterado hoy por el guerrillerismo- como del desprecio por la violencia en el ejercicio de una política de masas consecuente -reiterado hoy por el revisionismo-, Lenin levantó la perspectiva justa, y por eso mismo, perdurable: “Sin negar para nada en principio la violencia y el terror, exigimos que se trabajara para preparar aquellas formas de violencia que contaran con la participación directa de las masas y aseguraran esta participación. No cerramos los ojos a la dificultad de esta tarea, pero trabajaremos en ello firmemente y con ahínco, sin dejarnos desconcertar por frases como la de que se trata de un futuro lejano e indefinido”. (16)
Hemos visto como la tesis guerrillerista tiene sus antecedentes en teorías y prácticas opuestas al marxismo leninismo. Sin embargo, pretende respaldarse en la experiencia histórica y en el ejemplo de las revoluciones victoriosas de China, Argelia y Cuba.
La guerra revolucionaria conducida por el Partido Comunista Chino, surge como la justa respuesta del partido del proletariado a las peculiares condiciones de la lucha de clases en China. Refiriéndose a estas condiciones Mao Tse-tung escribe: “En los países extranjeros ningún partido burgués necesita fuerzas armadas bajo su comando directo. Pero China constituye un caso distinto. Debido a las divisiones feudales del país, cualquiera de los bloques o partidos de terratenientes o burgueses que posea las armas posee también el poder y el que tenga más armas tiene mayor poder. El partido del proletariado que se encuentra en estas circunstancias debe entender con claridad el centro de la cuestión”. (17)
La historia de la revolución china demuestra que entre aquella experiencia revolucionaria y la tesis foquista no existe vinculación alguna. Mientras esta revolución verifica, una vez más, el papel dirigente del Partido que aplica los principios del marxismo leninismo a la realidad china, la tesis foquista niega la función que la ideología del proletariado atribuye a éste y su Partido.
Argelia constituía una colonia francesa. La dominación del imperialismo francés impuso una estructura caracterizada por el régimen semifeudal de producción agraria. Los reducidos sectores obreros estaban ligados por lazos culturales nacionales y económicos a la metrópoli imperialista, y divorciados de la lucha secular que libraba el pueblo argelino contra la opresión extranjera. La tarea histórica del campesinado, estaba determinada por los objetivos democráticos y nacionales de la lucha antiimperialista y por la correlación de clases en la sociedad argelina.
Si la tesis del foco es extraña a la experiencia de la revolución china, tampoco los principios antileninistas del guerrillerismo tienen nada que ver con la experiencia del campesinado argelino. La guerra revolucionaria de Argelia, no registra antecedentes en la presencia de algún foco generador de condiciones subjetivas, sino que, por el contrario, es el producto de las condiciones subjetivas que la opresión material había desarrollado en las masas, y de la experiencia de las formas de lucha ejercidas por el pueblo argelino para conquistar su independencia.
En la lucha contra la dictadura de Batista, Fidel Castro formó el movimiento 26 de Julio, que tenía su origen en uno de los partidos tradicionales cubanos y que fue la expresión radicalizada de la pequeña burguesía contra la política tradicional. Este movimiento contó con arraigo en la pequeña burguesía y se apoyó en contradicciones internas de la burguesía cubana, circunstancias que determinaron la neutralidad del imperialismo yanqui en las primeras etapas de la revolución.
Al iniciarse la guerra de guerrillas con el desembarco de Fidel Castro y sus camaradas de armas en diciembre de 1956, el movimiento 26 de Julio logró incorporar a la lucha al campesinado cubano. Este, conducido por la pequeño burguesía, fue el respaldo social que permitió el triunfo de la revolución democrática el primero de enero de 1959.
El valor y la entereza revolucionarias de la dirección encabezada por Fidel Castro, la presencia del campo socialista y la participación del Partido Socialista Popular, decidieron la transformación de la revolución democrática en revolución socialista.
Esta apretada síntesis de la revolución cubana, demuestra que obedeció a las leyes generales que rigen los procesos revolucionarios y a las peculiares condiciones de la situación histórica en Cuba. Sólo en el análisis de las características que asumió la lucha de clases, podemos encontrar la verdadera clave del triunfo revolucionario, y extraer las necesarias conclusiones para la lucha de los pueblos de América Latina.
De la consideración aislada de las formas que tomó la lucha armada en Cuba, se pretende deducir que la guerra de guerrillas generó condiciones subjetivas independientemente del curso general de la lucha de clases. El punto de vista correcto, en cambio, enseña que las condiciones subjetivas -producto de la lucha de clases en Cuba- que formaron el movimiento 26 de Julio y erigieron a Fidel Castro en líder nacional son las que crean la lucha armada.
Si el movimiento 26 de Julio pudo modificar su contenido de clase en el curso de la lucha armada, fue porque como movimiento político contaba con un apoyo de clases que permitiría su transformación ulterior. Sin este apoyo de clases -que la determina y explica-, la lucha guerrillera habría sido incapaz de generar por si misma condiciones subjetivas.
Las revoluciones de Cuba y Argelia entrañan valiosas lecciones para el movimiento comunista internacional. Olvidarlas significa negarse a reconocer, en la experiencia histórica, elementos que deben incorporarse a la teoría, provisto de la cual el proletariado es invencible.
Los partidos comunistas de Cuba y Argelia subestimaron la capacidad revolucionaria del campesinado en la lucha general contra el imperialismo, y la importancia de la insurrección armada en la lucha por la toma del poder. Estos errores, cuyas consecuencias perduran, fueron verdaderos crímenes cometidos por esos partidos contra el movimiento revolucionario de sus países.
El revisionismo conjuga ambos errores, en una línea general que pretende imponer al movimiento comunista internacional, tendiente a frenar la lucha de liberación de los países coloniales y dependientes del imperialismo.
Si este es -desde la perspectiva del internacionalismo proletario- el aspecto más importante de nuestro juicio con referencia a las revoluciones de Cuba y Argelia, como revolucionarios argentinos reiteramos nuestra posición. Interpretar erróneamente la revolución cubana -que señala al proletariado de América Latina la lucha armada como la única vía para la toma del poder- y la revolución argelina, atribuyendo a estos procesos características distintas a las que realmente tuvieron, y pretender aplicar la generalización del error a un país cuyas condiciones particulares son absolutamente distintas a las de Cuba y Argelia, constituye una actitud doblemente criminal contra los intereses del proletariado y de la revolución argentina.
El internacionalismo proletario que une nuestra lucha a la lucha de la clase obrera y de los pueblos oprimidos del mundo, nos impone asimilar las experiencias revolucionarias de Cuba y Argelia, señalar el camino justo de la revolución argentina y combatir, sin concesiones, las desviaciones que retrasan su desarrollo.
Notas
[8] Stalin. Obras. Editorial Fundamento. Tomo V, pág. 157.
(9) Idem anterior, pág. 75.
(10) Lenin. Obras Completas. Editorial Cartago. Tomo V, pág. 425.
(11) Idem anterior, pág. 427.
(12) Lenin. Obras Completas. Editorial Cartago. Tomo VI, pág. 188.
(13) Idem anterior. Tomo XIII, pág. 395.
(14) Idem anterior. Tomo X, pág. 111.
(15) Idem anterior. Tomo XI, pág. 213.
(16) Idem anterior. TomoVI, pág. 192.
(17) Mao Tse-tung. Obras Escogidas. Editorial Platina. Tomo II, pág. 32.