Somos el mundo, el mundo es lo que somos todos, el mundo no está separado de uno mismo. Hemos creado este mundo, el mundo de la violencia, de las guerras, de las divisiones religiosas, del sexo, de las ansiedades y de la absoluta falta de compasión. Casi la totalidad de los seres humanos de esta tierra sufrimos, nos sentimos ansiosos, inseguros y con miedo respecto de todas las cosas. El mundo es uno mismo y uno mismo es el mundo, somos el mundo. Al darnos cuenta de esto como un hecho fundamental vemos que nuestro problema es un problema global. No es mi problema o el problema de otro hombre o mujer, es un problema humano. Es el problema de uno que, como ser humano, está viviendo en un mundo que se desintegra.
En el mundo psicológico, en el mundo espiritual no existe la autoridad. Una de las causas de que el ser humano y la sociedad se desintegran es que somos seguidores. Aceptamos la autoridad espiritual, aceptamos al intermediario, al sacerdote, al psicoanalista como nuestro guía en las cuestiones del espíritu. Nos volvemos incapaces cuando nos abandonamos a otro para descubrir acerca de nosotros mismos. Al parecer, no podemos investigarnos y examinar muy atentamente la totalidad de la existencia humana, qué somos cada uno de nosotros. Examinando e investigando, sin autoridad alguna, tan sólo libertad para examinar: aquí se describe la verdadera relación.
Una de las causas básicas de desintegración y de sufrimiento es la absoluta falta de un espíritu religioso. Espiritualidad, religión, significan acumular toda la energía para ver e investigar la Verdad. Significa descubrir, dar con ese estado de la mente o conciencia en el que existe la Vedad no inventada por el pensamiento. En el ser humano falta moral, sentido del orden. No del orden conforme a un modelo, conforme a la conveniencia del entorno o respecto a alguna religión o forma de pensamiento, sino un orden que adviene cuando comprendemos la naturaleza del desorden. Y esta moral no es algo abstracto, sino que es algo lleno de vida.
La Vida es relación, relación entre uno y las demás personas, animales y cosas; y comprender la relación es comprenderse a uno mismo y a la totalidad de la Vida. Este mundo en desintegración es nuestra mente. Uno es la esencia de la sociedad; es, en sus relaciones, la base de la sociedad. Y cuando no existe una adecuada y verdadera relación hay desintegración, dolor. La relación es la base de nuestra existencia, la base de nuestra sociedad, y a menos que haya una comprensión profunda de esto y una transformación de esa relación, no podremos seguir avanzando en el descubrimiento de uno mismo y de lo que es la Verdad. Por eso, esta es la base sólida sobre la cual debemos permanecer: la comprensión de nuestra relación con todo.
Es indispensable descubrir qué significa tener una relación verdadera, adecuada. Existen muchos niveles de relación entre uno y todo lo demás: en el nivel físico, en el sexual, en el intelectual, en el sentimental... y en todos estos niveles uno debe relacionarse apropiadamente. Si no se comprende claramente la naturaleza de la relación y no se vive de segundo en segundo es totalmente inútil realizar ninguna acción, porque entonces, esta acción es inapropiada o se convierte tan sólo en un escape inútil. A no ser que uno establezca la relación adecuada entre uno mismo y otro, siendo esa la base misma de toda existencia, el tratar de vivir religiosamente se convierte en una evasión respecto de lo real, y eso conduce a toda clase de resultados neuróticos y destructivos.
La realidad de la relación que tenemos unos con otros es que cada persona tiene una imagen de la otra, y la relación que existe entre los seres humanos es una relación entre dos imágenes, entre dos representaciones mentales. Estas representaciones mentales, imágenes o conclusiones son recuerdos, recuerdos que cada uno ha reunido, almacenado en el cerebro. Y amos reaccionan el uno con respecto del otro conforme a esas imágenes. Y no sólo se construyen imágenes de los demás, sino también de uno mismo. Por lo tanto, no son relaciones reales, apropiadas, y por eso hay siempre división y conflicto. Y éstos generan la herida psicológica: la imagen ha sido herida.
Existen heridas psicológicas pasadas, que sucedieron en la infancia y si no obramos inteligentemente recibiremos heridas en el futuro. A lo largo de toda la vida lo hieren a uno y, por sentirse uno herido, levanta un muro alrededor de sí mismo para resistir, para que no lo hieran más. Y cuando levantamos un muro alrededor de nosotros mismos tiene lugar la división y el conflicto, como ocurre entre razas, religiones y filosofías. Es una ley: donde hay división hay conflicto.
Cualquier forma de comparación hiere, toda imitación y conformidad hiere, no sólo verbalmente, sino en lo profundo. Y cuando uno está herido, desde esa herida hay violencia. Pero existe la posibilidad de que a uno no lo hieran jamás, aunque esto no significa construir ningún muro, sino vivir sin resistencia alguna.
La imagen que uno se ha formado de sí mismo es un producto de la sociedad, la educación y el medio. Estos factores han formado la imagen propia en uno mismo. “Uno” es esa representación mental, esa imagen, el nombre, la forma, las características, la idiosincrasia, etc. Y esa imagen ha sido herida. Tengo una conclusión acerca de mí, que soy esto o aquello, y cuando esa conclusión se ve perturbada me siento herido. De aquí surgen la herida y el dolor psicológicos.
En el mundo psicológico, en el mundo espiritual no existe la autoridad. Una de las causas de que el ser humano y la sociedad se desintegran es que somos seguidores. Aceptamos la autoridad espiritual, aceptamos al intermediario, al sacerdote, al psicoanalista como nuestro guía en las cuestiones del espíritu. Nos volvemos incapaces cuando nos abandonamos a otro para descubrir acerca de nosotros mismos. Al parecer, no podemos investigarnos y examinar muy atentamente la totalidad de la existencia humana, qué somos cada uno de nosotros. Examinando e investigando, sin autoridad alguna, tan sólo libertad para examinar: aquí se describe la verdadera relación.
Una de las causas básicas de desintegración y de sufrimiento es la absoluta falta de un espíritu religioso. Espiritualidad, religión, significan acumular toda la energía para ver e investigar la Verdad. Significa descubrir, dar con ese estado de la mente o conciencia en el que existe la Vedad no inventada por el pensamiento. En el ser humano falta moral, sentido del orden. No del orden conforme a un modelo, conforme a la conveniencia del entorno o respecto a alguna religión o forma de pensamiento, sino un orden que adviene cuando comprendemos la naturaleza del desorden. Y esta moral no es algo abstracto, sino que es algo lleno de vida.
La Vida es relación, relación entre uno y las demás personas, animales y cosas; y comprender la relación es comprenderse a uno mismo y a la totalidad de la Vida. Este mundo en desintegración es nuestra mente. Uno es la esencia de la sociedad; es, en sus relaciones, la base de la sociedad. Y cuando no existe una adecuada y verdadera relación hay desintegración, dolor. La relación es la base de nuestra existencia, la base de nuestra sociedad, y a menos que haya una comprensión profunda de esto y una transformación de esa relación, no podremos seguir avanzando en el descubrimiento de uno mismo y de lo que es la Verdad. Por eso, esta es la base sólida sobre la cual debemos permanecer: la comprensión de nuestra relación con todo.
Es indispensable descubrir qué significa tener una relación verdadera, adecuada. Existen muchos niveles de relación entre uno y todo lo demás: en el nivel físico, en el sexual, en el intelectual, en el sentimental... y en todos estos niveles uno debe relacionarse apropiadamente. Si no se comprende claramente la naturaleza de la relación y no se vive de segundo en segundo es totalmente inútil realizar ninguna acción, porque entonces, esta acción es inapropiada o se convierte tan sólo en un escape inútil. A no ser que uno establezca la relación adecuada entre uno mismo y otro, siendo esa la base misma de toda existencia, el tratar de vivir religiosamente se convierte en una evasión respecto de lo real, y eso conduce a toda clase de resultados neuróticos y destructivos.
La realidad de la relación que tenemos unos con otros es que cada persona tiene una imagen de la otra, y la relación que existe entre los seres humanos es una relación entre dos imágenes, entre dos representaciones mentales. Estas representaciones mentales, imágenes o conclusiones son recuerdos, recuerdos que cada uno ha reunido, almacenado en el cerebro. Y amos reaccionan el uno con respecto del otro conforme a esas imágenes. Y no sólo se construyen imágenes de los demás, sino también de uno mismo. Por lo tanto, no son relaciones reales, apropiadas, y por eso hay siempre división y conflicto. Y éstos generan la herida psicológica: la imagen ha sido herida.
Existen heridas psicológicas pasadas, que sucedieron en la infancia y si no obramos inteligentemente recibiremos heridas en el futuro. A lo largo de toda la vida lo hieren a uno y, por sentirse uno herido, levanta un muro alrededor de sí mismo para resistir, para que no lo hieran más. Y cuando levantamos un muro alrededor de nosotros mismos tiene lugar la división y el conflicto, como ocurre entre razas, religiones y filosofías. Es una ley: donde hay división hay conflicto.
Cualquier forma de comparación hiere, toda imitación y conformidad hiere, no sólo verbalmente, sino en lo profundo. Y cuando uno está herido, desde esa herida hay violencia. Pero existe la posibilidad de que a uno no lo hieran jamás, aunque esto no significa construir ningún muro, sino vivir sin resistencia alguna.
La imagen que uno se ha formado de sí mismo es un producto de la sociedad, la educación y el medio. Estos factores han formado la imagen propia en uno mismo. “Uno” es esa representación mental, esa imagen, el nombre, la forma, las características, la idiosincrasia, etc. Y esa imagen ha sido herida. Tengo una conclusión acerca de mí, que soy esto o aquello, y cuando esa conclusión se ve perturbada me siento herido. De aquí surgen la herida y el dolor psicológicos.
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