Un juicio sintético a priori es aquel que nos dice algo sobre el mundo sin necesidad de recurrir a la experiencia. ¿Cómo podemos conocer algo del mundo de esta forma? Esta pregunta apunta a explicar cómo las leyes del mundo físico (para Kant las de la física de Newton) se aplican necesariamente para toda experiencia posible, de tal modo que sabemos, sin recurrir a experiencia alguna, que todo lo que sucede tiene una causa, que el mundo está regido por leyes necesarias.
La salida de la metafísica tradicional es afirmar una suerte de intuición racional, pura, mediante la cual accedemos a los objetos tal como son en sí mismos, independientemente de nuestro contacto sensible con dichos objetos. Kant rechaza esto como dogmático e indemostrable, y su propuesta implica el famoso giro copernicano, a saber, el aspecto más novedoso de la filosofía trascendental, el abandono del supuesto según el cual todo conocimiento debe regirse por los objetos, principal obstáculo del anhelo metafísico “de establecer algo a priori sobre los objetos” .
En realidad, Kant está tirando al tacho, definitivamente, la pretensión de obtener conocimiento alguno de los objetos en sí mismos mediante conceptos puros. El conocimiento a priori de las cosas será posible si nos limitamos “sólo [a] aquello que nosotros mismos ponemos en ellas” (Bxviii), es decir, si suponemos que los objetos deben regirse por nuestro conocimiento (Bxvi). Es en este contexto que la experiencia misma, el lugar donde los objetos conocidos se encuentran únicamente como objetos dados (fenómenos) y no como cosas en sí mismas (Bxvii), se establece como regida necesariamente por reglas (al igual que todos los objetos que se encuentran en ella), que son dadas por el entendimiento y sus conceptos puros, conceptos que a su vez operan sobre la información sensible que nos es dada en cierta forma espacio temporal.
Es decir, tanto el espacio como el tiempo (formas puras de la sensibilidad), como las categorías del entendimiento (que son doce: unidad, pluralidad, totalidad, realidad, causalidad, substancia, etc.), son representaciones que el sujeto pone en el mundo, de modo que si conocemos el mundo a priori es porque nuestra subjetividad está ya en el mundo: en tanto sujetos constituimos el mundo y su objetividad.
Si sabemos que todo lo que sucede tiene una causa (ejemplo de un juicio sintético a priori), es porque la categoría de causalidad se aplica a los sucesos temporales en el espacio, y esa articulación causalidad-temporalidad-espacialidad es necesaria para todos los objetos de la experiencia.
Detallemos. Un sujeto camina por un mercado y se dispone a comprar frutas. Sin el uso del entendimiento, sin la facultad de juzgar, tendríamos a un sujeto abrumado por sensaciones, colores, olores, sin poder referirse a nada. En realidad, el sujeto está ya juzgando. Al ver las manzanas, reconoce que son muchas (categoría de pluralidad), y selecciona una por una (unidad). Tal vez su criterio de selección implica buscar cierto tipo de color, a saber, rojo (accidente de una sustancia), que, en tanto está frente a nosotros, consideramos real y existente. Este tipo de actividad la realizamos todo el tiempo en todo tipo de circunstancias, sean frutas, unidades de transporte público, o palabras para un examen parcial.
Las categorías no dependen de tal o cual referencia a una experiencia determinada, sino que son, más bien, leyes que rigen el funcionamiento del pensar, del juzgar, y por tanto se aplican a todas las representaciones sensibles (intuiciones) que la sensibilidad obtiene pasivamente de su ser afectada por objetos. Un concepto, por su parte, es tal únicamente “porque bajo él están contenidas otras representaciones” (A69/B94). Explicitando la relación entre juicio y concepto, quizás a estas alturas ya evidente, tenemos que el concepto es una representación que por definición agrupa a otras (por ejemplo, animal agrupa a perro, gato, humano); el juicio es, a su vez, el acto de agrupar representaciones múltiples bajo una común, que yace por encima de ellas en lo que refiere a su generalidad.
Volviendo al ejemplo mencionado, la categoría (concepto puro) no puede ser una generalización de la manzana, como fruta, objetos redondos en general, o como un ente, sino que representa el juzgar más elemental del entendimiento humano: diremos que la manzana es una entre muchas, que tiene ciertos accidentes que le son propios en tanto una sustancia, vemos que si está abollada, aquello tendrá una causa, posiblemente un golpe, y que hubiera sido posible que no se hubiera golpeado, a saber, que el golpe es contingente, y por tanto, podemos reclamarle al vendedor. Todas las palabras en cursivas corresponden a las categorías, que no extraemos de la sensibilidad, sino que son aquello que el entendimiento puro pone en los objetos, y que conocemos a priori en tanto se aplican sobre “un múltiple de la sensibilidad, que la estética trascendental le ofrece” (A76-77/B102), a saber, la materia sin la cual las categorías serían completamente vacías, y no podrían decirnos nada sobre el mundo: están atadas a las condiciones del espacio y del tiempo.
El conocimiento a priori sobre el mundo (los juicios sintéticos a priori) es posible dado que el mundo mismo, la naturaleza, como ya señalamos, no es independiente del sujeto. El conocimiento de cómo se articula nuestro entendimiento con nuestra forma de intuir del mundo es a priori, dado que depende enteramente de nosotros, y sin embargo, alcanza al mundo dado que el mundo mismo se rige por estas reglas: el sujeto ordena el mundo, le prescribe sus leyes a la naturaleza (B163).
De esto se desprende, sin embargo, que jamás conoceremos el mundo tal como es en sí mismo, independientemente de nuestra actividad cognitiva.
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