El "yo", el "ego".
¿Qué queremos decir con el "yo"?
El "yo" significa la idea, la memoria, el recuerdo, la conclusión, la experiencia, las diferentes intenciones, el constante empeño por ser o no ser, la memoria acumulada de inconsciente, lo racial, el grupo, lo individual, el clan, la nación, y toda una serie de cosas por el estilo, ya se proyecten hacia fuera como acción, o se proyecten "espiritualmente" como virtud. El esforzarse por todo eso es el "yo". También debemos incluir la rivalidad y el deseo de ser. El proceso de todo esto es el "yo" y, cuando nos enfrentamos con él sabemos que realmente es algo maligno.
¿Qué aporta el "yo" a la humanidad?
El "yo" es la causa que divide a las personas, el "yo" nos encierra en nosotros mismos, sus actividades, por nobles que sean, nos separan y nos aíslan. Todo eso lo sabemos.
¿Qué ocurre cuando el "yo" está ausente?
Los momentos en los que el "yo" no está presente, en los que no hay sensación de lucha, de esfuerzo, son extraordinarios. Y esto ocurre cuando hay amor.
¿Fortalece la experiencia al "yo"?
Sí, la experiencia fortalece al "ego". En todo momento tenemos experiencias, impresiones; y esas impresiones las interpretamos y reaccionamos ante ellas. Según sean nuestros recuerdos reaccionamos ante cualquier cosa que vemos, que sentimos. Y este proceso de reaccionar ante lo que vemos y sentimos surge la experiencia.
Deseamos estar protegidos, tener seguridad interior; o deseamos tener un maestro, un instructor, un Dios, y experimentamos aquello que hemos proyectado. Es decir, hemos proyectado un deseo que ha tomado una forma, al cual le hemos dado un nombre y ante eso reaccionamos. Es nuestra proyección, nuestra nominación. Este deseo que nos brinda una experiencia nos hace decir: "he experimentado", "he visto al maestro", o bien "no lo he visto". Ya conocemos todo el proceso de nombrar y de relatar una experiencia.
La experiencia está siempre fortaleciendo al "yo". Cuanto más inmersos, más alienados, estamos en una experiencia, tanto más se fortalece el "yo". Como resultado de la experiencia tenemos cierta fuerza de carácter, de conocimiento, de creencia, de pertenencia a algún grupo determinado; y de todo eso hacemos gala ante otras personas porque sabemos que no son tan "dotados" como nosotros o no pertenecen al grupo que pertenecemos nosotros.
Debemos ver como el "yo" siempre sigue actuando: nuestras creencias, nuestros maestros, nuestras "castas" o niveles sociales, nuestro sistema económico, son un proceso de aislamiento y de conflicto. Por eso debemos comprender el proceso de la experiencia.
¿Qué ocurre cuando deseamos el silencio de nuestra mente? ¿Qué ocurre cuando deseamos cualquier cosa?
Por ejemplo, vemos la importancia de tener una mente silenciosa, una mente serena, por que lo hemos leído o porque nosotros mismos vemos lo bueno que es estar tranquilo y tener una mente apacible. Deseamos experimentar el silencio y por ello nos disciplinamos; por medio de la disciplina buscamos experimentar el silencio. De esta forma, el "yo" se instala en la experiencia del silencio. Así, podemos ver que el "yo" toma vida en cualquiera de nuestros deseos.
¿Qué ocurre cuando deseamos comprender la Verdad?
Anhelamos comprender qué es la Verdad. Luego está nuestra proyección de lo que consideramos que es la verdad, porque hemos leído mucho al respecto y hemos oído hablar a mucha gente; el deseo mismo es proyectado y experimentamos y reconocemos ese estado. Si no reconociera ese estado no lo llamaría "verdad". Pero lo reconocemos y experimentamos y esa experiencia da vigor al "yo". El "yo" se atrinchera en la experiencia y decimos "yo se", "hay Dios" o "no hay Dios"; decimos que un determinado sistema político es justo y los otros no lo son.
¿Es posible que la mente, que el "yo", no proyecte, no desee, no experimente? ¿Podemos encontrar algo que disuelva el "yo"? ¿Podemos disolver el "yo"completamente?
Vemos que todas las experiencias del "yo" son destructivas y queremos encontrar algo que lo disuelva. Creemos que hay varias maneras para disolver el "yo": identificación, creencias, etc. Pero todas ellas están al mismo nivel, ninguna es superior a la otra, porque todas ellas son igualmente poderosas para fortalecer el "ego". Y el "Yo" es una fuerza aisladora, destructiva; y queremos hallar una manera de disolverlo.
Debemos habernos dicho a nosotros mismos: "veo que el "yo" funciona todo el tiempo, y que siempre produce ansiedad, miedo, frustración, desesperación, desdicha, no sólo en mí mismo sino en cuantos me rodean.
No queremos ser parcialmente inteligentes, sino totalmente inteligentes. La mayoría de nosotros somos inteligentes en algún campo; algunos son inteligentes en los negocios y otros en su trabajo de la oficina. Las personas son inteligentes de diferentes maneras, pero no lo somos completamente.
Ser completamente inteligentes significa ser sin "yo". Cuando decimos que queremos disolver el "yo", en el momento en que decimos "quiero disolver esto" existe aún la experiencia del "yo", y así el "yo" se fortalece.
¿Cómo será posible que el "yo" no experimente? ¿Es posible que la mente esté en un estado de total calma, en un estado de no reconocimiento, de no experiencia, lo que significa que el "yo" no está ahí y la creación puede ocurrir?
Podemos observar que la acción creadora no es en absoluto la experiencia del "yo". Hay creación cuando el "yo" no está presente; porque la creación no es intelectual, no es de la mente, no es autoproyectada; es algo que está más allá de toda experiencia.
Y aquí reside el problema: cualquier actividad de la mente, positiva o negativa, es una experiencia que en realidad fortalece el "yo". Sólo la mente deja de reconocer y de fortalecer al "ego" cuando existe un completo silencio.
¿Existe una entidad aparte del "yo", que observe al "yo" y lo disuelva? ¿Existe una entidad espiritual que disuelva al "yo"? ¿Podemos arrinconar al "yo" por la fuerza?
Creemos que la hay. La mayoría de las personas religiosas cree que existe tal elemento. El materialista dice: "es imposible destruir al "yo", sólo podemos condicionarlo y contenerlo, en lo político, lo económico o lo social". Hay otras personas, las llamadas "religiosas" -no son realmente religiosas, aunque así las llamemos- que dicen: "en principio, tal elemento existe. Si podemos ponernos en contacto con él disolverá el "yo".
Muchas personas arrinconan al "yo" por la fuerza. Si permitimos que se nos arrincone por la fuerza, veremos lo que ocurre.
Desearíamos que hubiese un elemento atemporal que no pertenezca al "yo", y que -así esperamos- venga para interceder y destruir al "yo", y a ese elemento lo llamamos Dios. Ahora bien, ¿existe algo así, y que la mente pueda concebir? Podrá existir o no; no se trata de eso. Cuando la mente busca un estado atemporal y espiritual que entre en acción para destruir al "yo", ¿no es ésa otra forma de experiencia que fortalece al "yo"? ¿no es eso lo que realmente ocurre cuando creemos? Cuando creemos que existe la verdad, Dios, un estado atemporal, la inmortalidad, damos vida un proceso de fortalecimiento del "yo"; el "yo" ha proyectado eso que, según creemos, vendrá a destruir el "yo", así que hemos proyectado esa idea de continuación en un estado atemporal como entidad espiritual, y eso nos da experiencia; y tal experiencia no hará sino fortalecer al "yo". Así que no hemos destruido realmente al "yo" sino que le hemos dado un nombre diferente, una cualidad diferente; el "yo" seguirá estando ahí, porque lo hemos experimentado. De manera que nuestra acción, desde el comienzo, hasta el fin, es la misma acción; sólo que nosotros creemos que evoluciona, que crece, que se vuelve cada vez más bella; pero, si lo observamos interiormente, es la misma acción que prosigue, el mismo "yo" que funciona en diferentes niveles con diferentes rótulos, con diferentes nombres.
Siendo así las cosas ¿Cómo podemos dar solución al tremendo problema del "yo", del "ego"?
Cuando vemos todo el proceso del "yo", las astutas y extraordinarias invenciones del "yo", su inteligencia, cómo se encubre mediante la identificación, mediante la virtud, mediante la experiencia, mediante la creencia, mediante el conocimiento; cuando vemos que nos estamos moviendo en un círculo, en una jaula que él mismo fabrica; cuando nos damos cuenta, con pleno conocimiento de ello, ¿no encontramos una calma extraordinaria que no se generó por la fuerza, ni mediante recompensa alguna, ni por ningún temor?
Cuando reconocemos que toda actividad de la mente es tan sólo una forma de fortalecimiento del "yo", cuando observamos eso y lo vemos, cuando nos damos completamente cuenta de esto en la acción, cuando llegamos a ése punto -no de un modo ideológico, verbal, ni por experiencia proyectada, sino cuando estamos realmente en ese estado- entonces veremos que la mente, que está totalmente en calma, no tiene el poder de crear. Cualquier cosa creada por la mente lo es dentro de un círculo, dentro del ámbito del "yo". Cuando la mente no crea, entonces existe la creación, lo cual no es un proceso reconocible.
La realidad, la verdad, no se puede reconocer. Para que la verdad surja, la creencia, el conocimiento, la experiencia, el perseguir la virtud, todo eso debe desaparecer. La persona virtuosa que tiene conciencia de perseguir la virtud, jamás podrá encontrar la verdad. Podrá ser una persona muy decente; esto es algo totalmente distinto del hombre que vive la verdad, del hombre que comprende. En el hombre que vive la verdad, la verdad se ha manifestado. Un hombre virtuoso es un hombre justo, y un hombre justo jamás podrá comprender qué es la verdad; porque, para él, la virtud es el encubrimiento del "yo", el fortalecimiento del "yo", porque él persigue la virtud. Cuando él dice "no debo ser codicioso", el estado de no codicia que él experimenta fortalece el "yo". Por eso es tan importante ser pobre, no sólo en las cosas del mundo, sino también en creencias y en conocimientos. Un hombre rico en bienes materiales, o un hombre rico en conocimientos y en creencias, jamás conocerá otra cosa que la oscuridad, y será el centro de toda discordia y sufrimiento. Mas si nosotros, como personas, podemos ver todo este comportamiento del "yo", entonces sabremos qué es el amor. En verdad que ésta es la única reforma que puede cambiar el mundo. El amor no es del "yo". El "yo" no puede reconocer al amor. Decimos "yo amo"; pero al decirlo y al experimentarlo, ya no hay amor. Pero cuando conocemos el amor no hay "yo". Cuando hay amor no hay "yo".
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